Buen día, hermanos todos. Que Dios Padre, que es bondadoso con todas Sus creaturas y revela todo Su Amor a través de Sus obras, nos conceda, por la intercesión de san José, imagen viva del trabajo responsable, conocer más de Él y, conociéndolo, amar más a nuestros hermanos.
Mayo es considerado desde el siglo XIII el mes de la santa virgen María, quizá por el florecimiento de las plantas y los árboles debido a las lluvias de plena primavera luego del invierno, o quizá para evangelizar las fiestas de la diosa mitológica romana Maia, por quien se debe el nombre del mes de mayo, o la de Flora, diosa mitológica de las flores. En fin, sea cual sea la razón, vemos que en el mes de mayo se dan grandes fiestas marianas, como la de Nuestra Señora de Fátima, la de María Auxilio de los Cristianos, la Visitación, sin contar cada una de las advocaciones regionales diarias; además, la “Rosa de las rosas y Flor de las flores”, como diría el rey Alfonso X de Castilla, es merecedora de todas las flores habidas, puesto que la belleza que es en Ella no se compara con nadie. Pero más que de María, reflexionemos en este mes en el Dios que nos muestra Ella, el Dios que en Ella se recrea.
La primera vez que hay un encuentro en las Sagradas Escrituras de santa María con Dios es con el anuncio del ángel Gabriel (cf. Lc. 1, 26-38), cuando dice el texto que María estaba comprometida con José y que el ángel entró en su casa y le dijo “kejaritomene”, es decir, la llena de Gracia. Podemos ver aquí que Dios se muestra como uno respetuoso de sus propias leyes, de su propia creación; Él pudo haber tomado a una virgen no desposada, es decir, siendo Él Todopoderoso pudo haber elegido a cualquiera para que engendrara a Su Hijo, sin embargo eligió a una joven que ya estaba comprometida en matrimonio. Nos dice el mismo Jesucristo a manera de confirmación que el sentido de los cuerpos es uno esponsal (cf. Mt. 19, 3-6), esto es, el ser humano fue creado para entregarse físicamente a su complemento haciendo referencia al texto de Gén. 2, 24, por lo tanto, Dios decide respetar esto en María, resaltando así la fecundidad del Amor que Ella ha recibido de Él. Este Dios, el Padre de nuestro Señor, el Único Dios, es coherente y no contradictorio. Por lo tanto, Dios no es uno que dice primero sí y luego dice no, sino que todos Sus Planes en nuestras vidas van unidos.
La segunda característica de Dios según se muestra a nuestra Madre María es que Él entra en casa de Ella. Dios pudo haber arrebatado a María a algún lugar del desierto, como sabemos que sucedió con Jesucristo o como sabemos que lo anuncian los profetas, sin embargo Él entró en su casa, casa que luego sería de Él, porque ya en ella habitaría el Amor Encarnado. Vemos que Dios se dirige a la realidad de Ella, a la realidad nuestra, y no nos saca de nuestras familias ni de nuestros ambientes para hablarnos, sino que allá mismo, en el lugar del sano encuentro con el prójimo, es que Él hace su obra. Con este gesto, Dios reafirma la importancia de la familia, que es imagen viva de la Gran Comunidad Trinitaria en la que Dios es.
Por último, el Dios que nos muestra la persona de María en este texto es el que reparte las gracias a todos Sus Hijos, pero en especial en todos aquellos hijos que están dispuestos a recibirlas. Mientras más apertura tengas hacia Dios, mayores serán las bendiciones que Él te concederá. Por eso llama el ángel Gabriel a María “kejaritomene” que, más que sólo “llena de Gracia”, al ser un participio pasivo debería traducirse como “la que ha sido llena de Gracia”, concepto éste que hace ver que la grandeza de María reside en la Omnipotencia de la Misericordia de Dios. Así, Dios y el ser humano no se desvinculan, sino que, por el mismo Amor que Dios nos tiene, hay siempre un vínculo de unidad de Dios con el hombre: la Gracia. Por ello, sólo por Dios podemos ser verdaderamente humanos, puesto que Su Gracia nos llena, y, como Dios es eterno, Su Gracia, desde siempre y para siempre, estará con nosotros.
María nos muestra un Dios siempre dispuesto, respetuoso y a favor de la dignidad humana, que siempre está con Sus hijos, ¿qué más puedes pedir de Él? Si empezamos a vivir como la Madre Buena las grandezas de Dios en nuestras vidas, iremos descubriendo un Dios más cercano, más familiar, más similar al que Él es y que se relaciona contigo como lo hacía con Adán y Eva, en el principio, paseando con ellos. María nos muestra al Padre como uno providente y bondadoso. ¡Gracias, Tota Pulchra, por mostrarnos a este Dios!