Sucede con mucha frecuencia que no escuchamos a Dios, que no le vemos actuar en nuestras vidas. Se queda Dios como una teoría a la que se le responde por la mera religiosidad: “hay que ir a misa porque los Domingos se va a misa”, o “Tengo que ir a la comunidad porque luego me siento culpable si no voy”. Y aparece más un compromiso moral humano de retribución o de bueno-malo.
Lo primero que debemos recordar es que Dios es Personas, y, por tanto, debemos relacionarnos con Dios no como una ser meramente de nuestro intelecto, sino como un ser que existe, con quien se habla, a quien se abraza desde el alma, a quien se espera. Lo segundo a recordar es que Dios, como es Bueno, sólo busca nuestro bien; como Él es Amor, sólo busca amarnos y que nos amemos.
El Amor a Dios, quien es Bueno, nos invita a ponerlo a Él como la razón de ser de todo, incluyendo a la familia. Hay que ponerlo a Él por encima de la vida misma y de las comodidades y salir al encuentro de los demás. Puede ser tan sencillo como acomodar a alguien que llega en nombre de Dios como tan exigente como salir en nombre de Dios a los demás. Así tendremos la recompensa del Amor Eterno.