Es fantástico reconocer que la Resurrección del Señor no está para nada separada de la Santa Eucaristía. Nosotros los católicos tenemos la gracia de que el Señor está con nosotros todos los días hasta el final de los tiempos en un pedazo de pan y en un poco de vino. Es verdad que el Señor ha resucitado, y se ha quedado en el pan y en el vino, donde las Escrituras nos hablan de Él y nos preparan para que Él entre en nosotros por la comunión.
Emaús representa la conversión. No es un lugar definitivo, sino un lugar al que se va cabizbajo por las culpas y las dudas, y allí, en el encuentro con el Señor, sucede la conversión. Emaús es tu parroquia, Emaús es tu comunidad. Aunque se vayan los líderes, aunque cambien los participantes, lo que importa es que allí está el Señor Jesús que nos invita a decirles a los demás cómo le conocimos al partir el Pan.
No estás solo. El Señor ha caminado contigo todo este tiempo, pero quizá no lo has reconocido. Haz un alto en tu camino y ve pensando en cómo Él mismo se ha encargado de quitar cosas de tu vida que te habrían hecho daño, o cómo te ha conducido hacia la comunidad a la que perteneces, o cómo te ha permitido servirle en tus hermanos. Y, cuando quieras abrir los ojos, mira al Señor Sacramentado que te espera y te dice: “Yo estoy aquí resucitado para ti”.