Muy buen día, hermano y hermana que buscas de Dios con Amor. Que en este día se manifieste toda la Generosidad suprema y podamos contemplar, por intercesión de san David y santa Eudoxia, las maravillas de Dios con Sus hijos, y que nosotros seamos fieles testigos de estos dones.
Hace aproximadamente unos doscientos años que los pueblos latinoamericanos han querido lograr su independencia de otras naciones que los oprimían. Y hemos alcanzado la independencia, pero hasta cierto punto, porque nuestros pueblos se han dejado esclavizar de nuevas mentalidades que, querámoslo o no, nos hacen serviles a aquellos de quienes nos habíamos independizado en algún momento. Hemos alcanzado tan poca independencia que cada vez con menor intensidad tenemos deseos de trascender, es decir, nos estamos limitando a superficialidades: querer tener más y, por ello, poder ser menos. Si somos imago Dei, entiéndase esto como “capaces de Dios” (cf. Gaudium et spes, 12) y como seres en relación con el mundo y con los otros seres humanos (cf. Audiencia General de Juan Pablo II, 23 de abril de 1986), ¿qué es lo que esperamos para poner a dar frutos a partir de este primer regalo que obtenemos de Dios?
Si nos referimos a aquello que nos dice Jesucristo de no servir a dos amos (cf. Mt. 6, 24), haciendo una revisión minuciosa, muy pocos de entre nosotros cumplen realmente esta sentencia de nuestro Señor. Hay muchos entre nosotros que se han dejado llevar por cosas que no tienen nada que ver con el Evangelio (la buena noticia), porque su casa no estuvo edificada sobre la Roca, pero hay aún muchos más que creen estar en lo correcto al fijarse en las cosas del Señor en lugar de, como dice la frase, fijarse en el Señor de las cosas. Lamentablemente, son muy pocos los cristianos que tienen el deseo de comprometerse con lograr un mundo mejor, porque son muy pocos los cristianos que creen en un mundo mejor. Y, si no pueden creer en un mundo mejor, entonces no tienen una esperanza fundamentada en Jesucristo, ya que Él mismo fue, es y será un transformador. Siendo esto así, reitero: son pocos los que cumplen la sentencia del Señor de no servir a dos amos, porque quien no está con Él, está contra Él y quien no recoge con Él, desparrama (cf. Lc. 11, 23).
A pesar de todo esto, el ser humano está llamado a transformar el mundo y hacer alianza con Dios. No es una cosa o la otra, sino una cosa y la otra. Tu relación con Dios no puede apartarte de tus hermanos (y me refiero como hermanos, de manera especial, a aquellos que menos conocen del Señor: ex-católicos, católicos tibios, católicos ignorantes, no-católicos), y tu relación con tus hermanos no puede alejarte de Dios. Nosotros no somos ni deístas ni filántropos. Justamente por eso es que Dios se hizo hombre y manifestó Su Gloria entre nosotros (cf. Jn. 1, 14). Es que la Gloria de Dios queda manifestada en el ser humano, y éste la muestra a todo el mundo cuando comprende realmente que tiene una misión similar a la de su Señor. Esta misión es una de renuncia, de aceptar los dones de Dios para beneficio de los hermanos, de trabajar para la gloria de Dios y santificación de nuestros hermanos. Pero debe ser “una disposición a la renuncia que sea concreta y se convierta también para el individuo en una norma de valores para su vida” (Benedicto XVI, Luz del Mundo, p.59).
En muchas ocasiones nos decepcionamos porque hay tantas cosas por hacer y poca gente dispuesta a hacerlas. Y en otras tantas ocasiones percibimos una respuesta muy pobre de parte de las personas que reciben el mensaje y también nos decepcionamos. El verdadero problema con los resultados de las cosas que hacemos “por el Reino de Dios” no radica en el final que obtenemos, sino en el empeño en que ponemos para hacerlas. El problema no radica en el final del mensaje, sino que es en su origen. Primero debes creer que tienes la Gracia de Dios para poder convencer a los demás que pueden recibirla también. ¿Cómo vas a convencer al mundo de que algo, mejor, Alguien es la Bondad misma si nunca la has experimentado tú mismo? El hecho de que seamos pecadores no quiere decir que no podamos vivir una vida de santidad. “Deberíamos intentar hacer todo el bien que podamos y sostenernos y soportarnos mutuamente” nos dice Benedicto XVI en Luz del Mundo (p. 156), y en Deus Caritas est dice: “[…] se da la exigencia específicamente eclesial de que, precisamente en la Iglesia misma como familia, ninguno de sus miembros sufra por encontrarse en necesidad” (no. 25). Pero cumplir esto implica primero querer experimentar a Dios, tener una experiencia de Dios.
Mucho es el trabajo y pocos quieren cumplirlo. Pero ya que tú te has dispuesto a servir al Señor y a seguirlo fielmente, a pesar de tus pecados y a pesar de lo que el mundo pueda decir de ti, recuerda que no es realmente tu trabajo el que cuenta, sino el de Dios (cf. 1 Cor. 3, 7), es decir, uno hace los surcos, tú siembras, otro riega… Tu trabajo vale en la medida en la que lo haces en y por los demás, que es hacerlo en y por Dios. Que el mundo proponga algo como bueno no quiere decir que realmente lo sea; la estadística no puede ser un parámetro para la Verdad. Y tu Verdad es Jesucristo, a quien le haces bien cuando lo haces con alguno de tus hermanos y a quien le haces mal cuando lo haces con alguno de tus hermanos. Y, como no sabemos ni el día ni la hora de nuestra partida de este mundo, “mientras estamos a tiempo, hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe” (Gál. 6, 10).