Que Dios, que conoce los corazones de todos Sus hijos y se fija, de manera especial, en los más necesitados, nos llene de Su Sabiduría y Su Amor para que podamos ser ejemplo para todos los que nos rodean haciendo el bien a todos, de manera especial, a los más necesitados. Que este día, por la intercesión de san Francisco de Asís, sea uno que nos lleve a ser verdaderamente humildes y entregados a los demás; así, en el servicio a Jesucristo en los hermanos, encontraremos el verdadero consuelo. Buen día para todos.
El santo Evangelio que nos propone la Iglesia hoy es aquella “discusión” entre el actuar de Marta y el de María, su hermana (cf. Lc. 10, 38-42), a lo que Jesucristo le responde: “Marta, Marta, tú te preocupas y te apuras por muchas cosas, y sólo es necesaria una, María ha escogido la parte mejor, y nadie se la quitará” (vv.41-42). Esto no quiere decir que Marta lo haya hecho mal, sino que ella ha puesto como prioridad algo que no es necesario e indispensable; ambas cosas son buenas, pero sólo una es la importante: escuchar al Señor para luego ponerse a servirle. Eso mismo entendió san Francisco de Asís, al dejar toda su herencia y entregarlo todo para el servicio de los más necesitados. Pero no es un vaciamiento, sino un enriquecimiento hacia las cosas de Dios, que es el Único que llena. Por lo tanto, la pobreza es una kénosis, como afirma san Pablo en el himno de los filipenses, un abajamiento, un dejarlo todo, siendo rico hacerse pobre. Y en el espíritu es donde debe iniciarse ese empobrecimiento, puesto que si es en espíritu y en verdad que Dios quiere adoradores (cf. Jn. 4, 23-24), es en espíritu y en verdad que debemos dejar todo lo que puede separarnos de Dios, como lo hizo María con el Señor. Hay ocasiones en las que los hermanos que están enfermos, esos templos de Dios, están tan llenos de cosas que no hay quien pueda entrar a ayudarlos. Reflexionemos en este tipo de ayuda espiritual.

Dando consultas médicas tuve la oportunidad de recibir a una señora de alrededor de 60 años de edad que había visitado ya cuatro especialistas para que le aliviaran ciertos dolores articulares reumáticos, y acudía a mí como último recurso. Este recién graduado médico, sin especialidad y sin ser competencia alguna para esos especialistas, hizo algo que no está en los libros de medicina: me interesé por su vida. Ella me contó una serie de problemas que tenía a nivel familiar y mi respuesta fue una que tampoco está en los libros de medicina: “Señora, vamos a dejar que el Señor resuelva esos problemas, tómese estos medicamentos (que eran bien baratos y genéricos) y, en una semana, venimos a misa juntos y dejamos todo a Jesucristo”. Una semana más tarde, así nos encontramos, pero no volvimos a vernos. Luego de un tiempo conocí a su nieta, quien me dijo que su abuela estaba muy agradecida porque, desde aquel día, se sanó de sus dolores y ahora estaba haciendo sus quehaceres domésticos. ¡Qué sorpresa para mí! Sencillamente, ayudé a una hermana cuyo templo estaba atiborrado de cosas a limpiarlas y acomodarlas y le sugería a Jesucristo como el mejor decorador de interiores.
En ocasiones, nuestros hermanos y hermanas que enferman, al sentirse solos y necesitados de atención, empiezan a acumular situaciones en sus mentes y sus corazones, que los distraen de la comunidad. En muchas ocasiones, esos enfermos ya por falta de atención de parte de la comunidad, ya por desinterés del enfermo mismo se cierran sobre sí mismos y no se dejan amar o ayudar. No por eso hay que desistir en ayudarlos. ¡Al contrario! Esta es una buena oportunidad para hacer el bien aún mayor, porque las cosas se complican. Esta es una buena oportunidad de, con Amor y no por egoísmo, que el hermano enfermo vea que hay personas que se interesan por él a pesar de lo complicado que sea; ésos son testimonios que convierten a muchos. Aunque creas que esa persona no está recibiendo nada, sí lo hace, porque lo importante es que el sembrador salga a sembrar, y así, con esa siembra, las semillas caigan en los corazones de otros que te ven realizando dicha acción de Amor. Cuando un hermano se cierra hacia sí mismo por enfermedad física, mental o espiritual, no te desanimes. Dale gracias a Dios, porque así se verá que esta obra viene de Él. Piensa como dijo Jesucristo ante el ciego de nacimiento: “No pecó él ni pecaron sus padres. Nació ciego para que resplandezca en él el poder de Dios” (Jn. 9, 3).
Al ver este mundo, sus dolencias, sus enfermedades, sus carencias, ya sea en los funcionarios públicos, ya sea en nuestros hogares, ya sea en algunos dirigentes de nuestra Iglesia, no tiremos la toalla. No acusemos sólo por acusar a aquellos que se quejan por lo que padecen o a aquellos que sólo se encargan de hacer daño; mejor, vamos a ver esto como una gran oportunidad de que la gloria de Dios resplandezca en nuestro país, en nuestros hogares, en nuestra Iglesia. Pero, para eso, como dice santo Tomás Moro, “seamos pues a la vez Marta y María”, y dejemos que el Señor nos hable y procedamos a hacer cosas por Él, por Su cuerpo, por Sus hermanos, por todo el mundo redimido por Él.