Buen día para todos, y un feliz y santo año 2012 para todas sus familias y sus seres amados. Dios, rico en Misericordia y en Amor, que te has dignado en encarnarte para la salvación de todos nosotros, te pedimos que nos muestres las grandezas de tu Verdad, para que, por el Santísimo Nombre de nuestro Señor Jesucristo, adquiramos un corazón sensato, una mente prudente, unas manos y unos pies laboriosos, y un espíritu que con sus acciones te clame como a su padre.
Celebramos el tiempo de Navidad, y recordamos constantemente a nuestro Señor y Salvador. Durante ocho días hemos celebrado la Natividad de Jesucristo. Esta octava de Navidad concluyó con la solemnidad de santa María madre de Dios, que nos permite reconocer que por Dios es que nos ha venido la salvación pero también por María, aunque no en la misma medida. Igualmente, celebramos la Epifanía del Señor, es decir, cuando se revela Jesucristo como Señor a aquellos que no lo conocían: primero a los reyes de oriente y a los pastores, luego a san Juan el Bautista en el Jordán, y finalmente a sus discípulos desde el milagro de Caná. También celebramos el Bautismo suyo, fiesta con la que concluye este tiempo de celebraciones. Pero, ¿sabías que hay un día en el que recordamos el Santísimo Nombre de Jesús?
Hoy celebramos el Santísimo Nombre de Jesús, y lo hacemos desde el siglo XVI. Todas las bendiciones de este nombre no vienen porque contenga un significado misterioso o sus letras signifiquen algo oculto, sino porque se ha revelado la plenitud de la Verdad en la persona de Jesucristo y, por lo tanto, al tener un nombre, se deja llamar, se deja conocer, se deja encontrar por todos los que le buscan. La costumbre de aquellos tiempos no era poner nombres distintos de los de la familia a los hijos, para muestra de ello lo que sucedió con Zacarías y el nombre de Juan el Bautista (cf. Lc. 1, 57-66), por ello, el nombre de Jesús vino dado de Dios: “Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús” (Lc. 1, 31), palabras de Dios transmitidas por el arcángel Gabriel que luego se confirman en el momento de la circuncisión del Niño: “Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel antes de su concepción” (Lc. 2, 21). Esto nos dice que pronunciando el nombre de Jesús lo hacemos con las palabras de Dios, y, por lo tanto, realmente hay poder en ese Nombre.
Este Nombre ha sido utilizado como recordatorio de las grandezas de Dios, y podemos ver hasta en las hostias las letras IHS, las cuales erróneamente se les ha atribuido el significado de Iesus Hominum Salvator, Jesús Salvador de los Hombres. El uso en la antigüedad de los nombres en los anagramas e iconografías era la abreviatura. Por ello, podemos ver en muchas pinturas cristianas las letras IC y XC con una raya encima; estas letras simbolizan la primera y la última del nombre, que sería Ιησούς χριστός, Iesous Cristos. La letra “s” en griego se escribía de una manera al interior de la palabra y de otra al final; esta última tenía aspecto de “c”, y por eso se pone el IC-XC. Cuando ponemos en mayúsculas a Ιησούς, obtenemos ΙΗΣΟΎΣ, cuyas tres primeras letras son ΙΗΣ, que, al hacer la transliteración al latín, se sustituye la sigma (Σ) griega por la “S” latina y obtenemos aquel famoso cristograma: IHS. ¡Que Jesucristo sí es Salvador de los hombres, pero no es eso lo que significa el IHS!
Al final, ¿qué? Pues que tenemos una bendición especialísima porque podemos pronunciar con Dios el nombre que Él quiso que Su Hijo tuviera, y al cual se doble toda rodilla, en el Cielo, en la tierra, en los abismos (cf. Fil. 2, 10). Poder reconocer que Dios se ha hecho Niño, se ha hecho pequeño y necesitado de cuidado y, aun así, su Nombre es tan poderoso y tan lleno de bendiciones que hasta los ángeles del Cielo se arrodillan al escucharlo. Nosotros tenemos la Gracia de conocer a Jesús y de haber recibido la marca indeleble Suya, de su Espíritu, en el Bautismo y la Confirmación; nos comemos a Jesucristo en la Eucaristía y Él nos reconcilia consigo en la confesión. ¿Qué esperamos para creernos las grandezas que Dios hace por Jesucristo en nosotros? Vamos a proclamar con la Virgen Santísima que “el Poderoso ha hecho obras grandes por mí; Su Nombre es santo” (Lc. 1, 49) y no tengamos miedo de hablar de Jesucristo. En este Santísimo Nombre encontramos el resumen del Amor tan grande que ha tenido Dios con nosotros: “Dios nos salva”.