Feliz Navidad, hermanos todos. Dios rico en Amor y en Misericordia, que has creado al hombre a tu Imagen y Semejanza y lo has elevado con el nacimiento de tu Hijo, nuestro Señor, regálanos, por la intercesión de san Juan apóstol y evangelista, participar de la vida divina Suya, que ha querido participar de la vida humana nuestra.
Hoy recordamos a san Juan, el apóstol. Es curioso ver que las lecturas que ha tomado la Iglesia para definirlo desde las Sagradas Escrituras son sus cartas, específicamente la primera en la cual él mismo se muestra como testigo de la Palabra de vida, y su evangelio en el cual corren dos discípulos hacia la tumba del Resucitado, primero entra Pedro y luego entra Juan, quien ve y cree. En ambos textos, Juan se declara testigo de lo contemplado en Jesucristo. ¿Lo que nos cuenta Juan está divorciado de lo que los demás apóstoles vivieron? ¿Todo lo que Juan nos enseña está separado de la verdad revelada? No y no. Justamente, Juan responde a los que querían creer en Jesucristo a partir de sus propias interpretaciones alejándose de los testigos. Reflexionemos hoy sobre lo que Juan testifica del Redentor para este tiempo.

Et Verbum caro factum est et habitavit in nobis” nos diría san Juan (Jn. 1, 14a). Siendo testigo de todo, Juan tiene una introducción a su evangelio que debe ponernos a pensar a todos los creyentes, católicos o no. Si “en el principio era la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios” (Jn. 1, 1), ¿por qué nos cuesta creer que Jesucristo es Dios, pero Dios no es sólo Jesucristo? Este texto también nos remite a la maternidad divina de santa María: si María es madre de Jesús y Jesús es la Palabra de Dios, ¿cómo no será ella la Madre de Dios? Y, por igual, podemos pensar en nuestro apego a la biblia: si Jesús es la Palabra de Dios, ¿quiso Jesucristo quedarse sólo en la letra de un libro, cuando ese mismo libro dice en muchos lugares que hay cosas que no quedaron escritas?… ¿Qué es lo que celebramos en esta octava de Navidad? ¿Cuál Jesucristo es el que se ha encarnado: el que dices conocer pero que se aleja de todo lo que los testigos (incluyendo a san Juan) han declarado; o el que aún no conoces porque no has querido abrir tus ojos y oídos a estos testimonios?
En Navidad recordamos a Jesucristo, quien nos devolvió la divinidad que perdimos por el pecado. ¿Cómo lo hizo? Asumiendo nuestra naturaleza humana. Entonces es un intercambio admirable, como dice en la Eucaristía el prefacio III de Navidad: “Por Él [Jesucristo], hoy resplandece ante el mundo el maravilloso intercambio que nos salva: pues al revestirse tu Hijo de nuestra frágil condición no sólo confiere dignidad eterna a la naturaleza humana, sino que por esta unión admirable nos hace a nosotros eternos”. Por consiguiente, es necesaria la pregunta: ¿Cuál Jesucristo es el que nace hoy en nosotros? ¿Es el Jesucristo real, el que se reveló a san Juan, su discípulo amado, y de quien Juan afirma que es coherente con la obediencia a Pedro al entrar primero éste último al sepulcro de Jesús? ¿O es uno que lo has dejado acomodar a tus psicologías? Ayer escuchaba por enésima vez argumentos de que los cristianos deben amar a todos como son y aceptar sus fallas como Jesucristo amaba a prostitutas y ladrones… Jesucristo los amaba y, por amarlos, les pedía que dejaran su pecado.
El Jesucristo que nace en Navidad, que nació históricamente hace unos dos mil años, que nace en nuestra historia actual, que nace en nuestra vida por la fe, es aquel que no genera contradicciones entre los que se aman, porque Él, siendo Dios, es Amor. Jesucristo, el que nace en Navidad, es el que se hace carne y habita entre nosotros (cf. Jn. 1, 14a), es el que afirma que hay que comerlo para salvarse (cf. Jn. 6, 35-58), es el que siempre hace referencia al Padre Dios y no sólo a sí mismo (cf. Jn. 7, 28-29; 12, 44-45), es el que condena al que no recibe sus palabras (cf. Jn. 12, 47-50), es el que habla siempre directamente a Pedro para educarle en su futuro mandato (cf. Jn. 13, 6-11; 23-26; 36-38), es el que nos dice que vivir el Evangelio no es comodidad, sino persecución y dolor (cf. Jn. 15, 20-27), es el que ora por nosotros para que estemos en unidad con los apóstoles y coloca a éstos como santos en el cielo (cf. Jn. 17, 20-24), es el que manda a Pedro a ser cabeza de sus hermanos (cf. Jn. 21, 15-19), y es el que dijo otras cosas que no quedaron escritas (cf. Jn. 21, 25). Vivir la Navidad es vivir a esta Palabra de Dios, a Jesucristo, que es coherente en la Iglesia y que, por lo tanto, sólo en la Iglesia podemos encontrarlo plenamente. Cualquiera otra actitud es querer encontrarse con la Verdad a través de un cristal sucio.