Buenos y santos días, hermanos en Cristo Jesús, Señor nuestro. Que Dios Misericordioso y rico en Bondad nos regale la Fortaleza en nuestra fe para que, por la intercesión de santa María Goretti, aprendamos a entregar incluso nuestras vidas por preservarnos firmes y puros ante Él sin temor a lo que los demás puedan decir o hacer con nosotros.
Hace ya algún tiempo, un hermano me contó algo que leyó en el cristal trasero de un autobús: “Felicidad empieza con fe”. Nuestro pueblo dominicano es muy rico en este tipo de frases y décimas y refranes, pero ésta, en especial, no se aparta de la realidad revelada en Jesucristo. ¿Por qué digo esto? Pues, porque el mismo Señor Jesús nos dijo que hay mayor felicidad en dar que en recibir (cf. Hch. 20, 35), y para poder entender esta paradoja ante los ojos humanos es necesario tener fe. Básicamente, si no somos capaces de creer con todo nuestro corazón y nuestra mente, como nos lo dice la ley de Moisés y nos lo recuerda la Iglesia en el Evangelio del próximo Domingo (cf. Lc. 10, 25-37), las cosas que nos ha dicho Dios en la Encarnación de nuestro Señor Jesucristo, no podremos alcanzar nunca la felicidad plena que Él tanto anhela para nosotros.

Tomemos el caso de santa María Goretti, que con mucho amor recuerda toda la Iglesia hoy. ¿En qué se destacó María Goretti a su corta edad de doce años? En defender su castidad en nombre del Señor ante un individuo que quería abusar de ella, y luego la mató. María Goretti era de índole piadosa, nos dicen las biografías suyas, pero, en realidad, ¿qué quiere decir esta palabra? No es que era bonachona o que andaba como en el aire, sino que proviene de una raíz latina que hace referencia a la pureza, a la purificación. Piadoso, entonces, no es aquel que es devoto a las cosas de una religión, sino aquel que intenta preservarse puro o se purifica una vez se ha encontrado con Dios. Esto implica, pues, un encuentro con Dios primero. Y sabemos que Dios no es cognoscible a través de sólo la razón, sino que Él nos otorga un don a través del cual podemos establecer una relación filial con Él: la fe.
Santa María Goretti disfruta de la gloria celestial y contempla a Aquel que le permitió disfrutarla al otorgarle esos dones espirituales. Y sabemos, como nos lo afirma san Pablo, que nuestra salvación es en esperanza o, mejor traducido, “En esperanza fuimos salvados” (Rom. 8, 24a); esto lo entendemos perfectamente gracias al Santo Padre Benedicto XVI a través de la Encíclica del mismo nombre, quien nos explica cómo la salvación que recibimos por la fe en el Hijo del Hombre nos permite disfrutar desde ya de los bienes que obtendremos en el momento final, del deleite celestial, del disfrute gozoso. Entonces, sí que es muy posible disfrutar de esa verdadera felicidad eterna desde ya, iniciando con nuestra fe.
En muchas ocasiones somos víctimas de maltratos y abusos de parte de muchos compañeros de trabajo o de estudio, y suelen ser situaciones incómodas. Sin embargo, no hay nada que duela más que recibir esos abusos de parte de sus propios hermanos en la fe. Y es como dice el salmista: “Incluso mi amigo, de quien yo me fiaba, que compartía mi pan, es el primero en traicionarme” (Sal. 40,10), refiriéndose al dolor terrible del que hablamos. Pero el problema no está en el dolor, puesto que éste, como sabemos gracias al testimonio de Jesucristo, es una gracia que purifica (recordemos el término “piadoso”); el problema real reside en dejarnos convencer de que lo que venimos haciendo en el nombre de Dios y de Su Iglesia es algo equivocado o malo. Justamente eso es lo que desea el enemigo de nosotros, justamente eso. Por eso es que hay muchas personas que dicen que el Padrenuestro debe ser traducido nuevamente, porque en latín decimos “Ne nos inducas intentationem, sed liberanos a malo”, que debería traducirse según ellos “no nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del malo (o del maligno)”. Pero no es el Padrenuestro el del problema, es de nosotros y de nuestras concepciones erradas y cerradas de las cosas que vivimos.
La felicidad es un fruto del Espíritu Santo, la de verdad, la plena, la que, junto con la Paz, es mundo no da ni puede quitar. Para obtenerla debemos tener una buena relación con Dios, y creer que somos dignos de recibirla, porque la dignidad la obtenemos por la Encarnación y la Muerte/Resurrección de Su Hijo y nuestro Señor. Acercarnos a la felicidad no quiere decir que no nos sintamos tristes o defraudados de las personas; esto mismo dice el salmista unos cuantos versos más abajo: “En esto conozco que me amas: en que mi enemigo no triunfa de mi” (Sal. 40, 12). Es decir, que el Amor de Dios es tan grande en aquellos que tienen fe en Él, que sus enemigos no los convencen de que hacen las cosas mal, sino que se mantienen firmes en sus decisiones por Jesucristo.
Abramos nuestro corazón a las mayores disposiciones de Dios con nosotros, para que podamos decir junto con san Pablo: “Por eso soporto esta prueba. Pero no me avergüenzo, porque sé en quien he puesto mi confianza, y estoy convencido de que él es capaz de conservar hasta aquel Día el bien que me ha encomendado” (2 Tim. 1, 12).