Buen día, hermanos. Pidamos hoy a Dios que nos conceda Su Sabiduría para distinguir lo que es Suyo y lo que es nuestro, para que así podamos ser coherentes en nuestros actos y no nos separemos de Su Amor. Que por la intercesión de san Francisco Caracciolo y san Pedro de Verona, encontremos el compromiso de conocer la Verdad y predicarla con palabras y obras.

El mundo de hoy es uno lleno de avances en técnicas y ciencias, donde las redes sociales facilitan el conocimiento de una sola aldea global, donde la información llega casi instantáneamente a cualquiera parte del mismo. Sin embargo, este avance siempre necesita y necesitará referentes éticos y morales para que no sea desvirtuada la figura del ser humano. Uno de los mayores referentes morales es la Iglesia. Hoy vamos a iniciar la reflexión en este sentido con el Concilio Vaticano II, específicamente con la Constitución Pastoral Gaudium et Spes, sobre la Iglesia en el mundo de hoy.


La Iglesia está necesariamente vinculada al quehacer humano, porque éste ha sido el encargo del Señor. Por ello “el gozo y la esperanza, la angustia y la tristeza de los hombres de nuestros días, sobre todo de los pobres y toda clase de afligidos, son también gozo y esperanza, tristeza y angustia de los discípulos de Cristo, y nada hay verdaderamente humano que no tenga resonancia en su corazón” (GS 1). Es a todo el mundo que se dirige el mensaje de la Iglesia (cf. GS 2), no sólo a los católicos. Porque la Iglesia tiene como responsabilidad cumplir la voluntad de Dios, y Dios lo que quiere es “que todos se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad” (1Tim. 2, 4). Para ello, la Iglesia debe estar al servicio de la humanidad, y no ser una imposición de normas; como Cristo, ser testimonio de la Verdad (cf. Jn. 18, 37), pero sin la complicidad del silencio ni la dictadura de la imposición.

Dice la Gaudium et Spes que el ser humano ha entrado en unas encrucijadas importantes: por un lado tiene esperanza con las técnicas, las ciencias, la libertad, la productividad…, por otro lado tiene temores con las mismas cosas que le llevan a tener esperanza en primer lugar (cf. GS 4). Hoy existen más razones para que haya menos personas pasando hambre o sed, sin embargo ha habido un descontrol fruto del apego a lo descubierto, olvidándose del descubridor. Las normas éticas en los individuos se han relativizado, y surgen “nuevas formas de esclavitud social y síquica” (ibíd.). La historia se ha acelerado y el ser humano, que es parte de la historia, se ha quedado atrás y no puede alcanzarla (cf. GS 5). Cambian la familia, los clanes, las tribus, las aldeas, las ciudades, los medios de comunicación, el pensamiento, la moralidad, el sentir religioso… Todo esto lleva a un desequilibrio personal y social, donde “lo importante es que seas feliz”, y el otro vale en la medida en que puede hacerme feliz.

¿Dónde hemos dejado la trascendencia del ser humano? ¿Por qué ya casi no se habla en los lugares de trabajo, en las universidades o en los medios de comunicación de cómo la moda, lo sexual, la tecnología, los vicios no llenan a la persona? Todos sabemos que nada de esto llena, y que hay que estar constantemente en cambio para poder ocupar su mente en algo que distraiga de la vaciedad interior. Para estas preguntas la respuesta siempre será Jesucristo, modelo de ser humano, Verdad primera y última. Pero, ¿quién lo anuncia? Si no lo anuncias tú, nadie lo anunciará. Siempre andas esperando que alguien tome la iniciativa para tú seguirle. El mundo necesita santos, el mundo necesita hombres y mujeres que se dejen mover por las necesidades de los demás y ayuden.

San Francisco de Caracciolo se dedicaba a ayudar a los presos y a la oración, y Dios le dio el don de curación; san Pedro de Verona se dedicaba a la evangelización en un período en el que muchos habían interpretado la fe como se le vino en gana, y Dios le regaló la gracia de tener diálogos con Él y con hermanos santos. Los presos quizá no habían oído hablar de Dios, los evangelizados quizá no habían oído hablar de Dios. ¿Qué es lo que esperamos? ¿Que la podredumbre de un mundo donde ni el ser humano es centro nos carcoma hasta los huesos? Hace mucho el Señor está diciéndote como al hijo de a viuda de Naín: “A ti te lo ordeno, levántate” (Lc. 7, 14). Resucita de ese limbo moral, no te quedes callado ante las necesidades de otros, no dejes que el mundo te aplaste. Sé testigo de Cristo para que este mundo sea de Él y de nosotros, como siempre fue la intención del Eterno Padre.