Buen día, amados hermanos y hermanas en el Señor. Que Dios Padre nos ilumine con la Luz de Su Espíritu para que, por los méritos de nuestro Señor Jesucristo, sepamos reconocer nuestra verdadera naturaleza y nuestra verdadera misión en este mundo, y así, por la intercesión de san Bernabé, podamos ser la Luz que necesita este mundo para reconocer a su Señor.
El tema central en las discusiones sobre moral y ética es el de la persona humana. Sin embargo, para entender a nivel moral al ser humano hay que tocar ciertas notas antropológicas. Esto es lo que haremos a partir de hoy, entrando en la primera parte de la Constitución Pastoral Gaudium et Spes, que versa sobre la dignidad de la persona humana.

Como católicos, no podemos andar comentando cosas sobre el ser humano sin antes tener una correcta postura sobre la antropología cristiana. Esos temas de “en otra vida fui malo, por eso pago con estos castigos”, “soy malo, pero hay una fuerza interior que me llama a lo bueno”, “no soy ni bueno ni malo, sino que hay cosas que hago bien y que hago mal”, “hay una lucha interna entre mi yo malo y mi yo bueno”, y muchos más son errores de la concepción humana. Un cristiano no puede expresarse sobre el ser humano de otra manera que no sea la de “¿Qué piensa la Iglesia del hombre?” (SC 11). Cabe decir que la antropología cristiana no se basa sólo en reflexiones filosóficas, sino que además posee la revelación divina.
La fe no se separa de la antropología, es decir, la estructura esencial del ser humano puede y debe ser conocida desde la fe. El resumen de toda la antropología lo encontramos en que el ser humano es imagen de Dios (cf. SC 12). Si somos imagen de Dios, y Dios es bueno, nuestra naturaleza no es mala, sino esencialmente buena. Somos seres buenos, con naturaleza divina, con aspiración a la trascendencia. Sin embargo, al dejarnos engañar y preferir las criaturas por encima del Creador, permitimos que el pecado entre en nosotros y nuestro horizonte cambie (cf. SC 13). Que tengamos esta inclinación a pecar no destruye lo que somos, sino que lo pervierte. Seguimos siendo unitarios en nuestra dualidad de cuerpo y alma (cf. SC 14). No podemos reducir al ser humano a sólo materia, porque la materia no puede aspirar a ser más de lo que hace (trascender); ni tampoco reducirlo a sólo espíritu, porque el espíritu no puede existir sin el cuerpo. Somos un ser único compuesto de cuerpo y alma, y ambos se necesitan.
Esta imagen de Dios que somos nos hace ser inteligentes, hasta el punto de crearnos nuestras propias ciencias. Pero, al estar tergiversada nuestra imagen de Dios, la ciencia puede dejarse caer en utilitarismos y en deshumanización. Por ello, la ciencia debe ser guiada por la sabiduría. Nuestro mundo “tiene necesidad de esa sabiduría para humanizar todos los descubrimientos que el hombre va haciendo” (SC 15). Es increíble ver cómo, quienes tenemos el don de sabiduría gracias al Espíritu Santo recibido en el Bautismo y la Confirmación, somos los que nos dejamos absorber por las teorías deshumanizantes de las ciencias y no hacemos nada para defender al ser humano. Mientras callas ante la defensa de la persona humana en tu trabajo, en tu familia, en tus estudios, estás pecando de omisión por no defender a Dios en la imagen Suya en los demás.
No es misterio para nadie, creyente o no, que hay “algo” en nuestro interior que nos dice cuándo algo es bueno o malo. Ésa es la conciencia moral, que es el sagrario de Dios en nosotros (cf. SC 16). Son leyes escritas en nuestro interior, en nuestro corazón, pero que se viven desde la libertad. Si el pecado, que enceguece y coacciona, actúa en nosotros, no somos libres para escuchar y hacer lo bueno y rechazar lo malo. Esta libertad la perdemos con el pecado, pero la recuperamos con la gracia de Dios (cf. SC 17). Esta semilla para ser buenos, para ser mejores de lo que estamos siendo, es lo que nos mueve a anhelar más y mejor vida. Anhelamos la vida, pero las consecuencias del pecado, como la muerte, aún no las eludimos (cf. SC 18).
Los cristianos debemos entender estas sencillas cosas para que, ante posturas deshumanizantes como el aborto, la eutanasia, las adicciones, etc., sepamos defender con argumentos convincentes y podamos defender siempre la vida. Esta parte de la moral es la gran debilidad de muchos cristianos: somos “expertos” en devociones y oraciones, “especialistas” en liturgia y teología, “peritos” en predicación y formación, y olvidamos que nada de esto tiene razón de ser si no fuera por el ser humano, por nosotros, que somos amados por Dios desde que nos creó a Su Imagen y Semejanza. En lugar de sólo buscar la Sagrada Escritura para evangelizar con temas doctrinales, busquemos toda la Revelación (Tradición, Escritura y Magisterio) y reconozcamos la integralidad de la fe y vivámosla.