Que Dios nos enseñe Su Amor a través del servicio a los demás. Que sea Su Misericordia la que guíe nuestros pasos. Que, por la intercesión de santa Mónica, podamos ser imitadores de Jesucristo y forjadores del Reino de Dios en la tierra. Buen día, hermanos.
Tres meses hemos reflexionado con la Constitución Pastoral Gaudium et Spesdel Concilio Vaticano II y hoy llega a su final. ¿De qué ha servido todo esto? ¿De qué sirve saber que en lo económico, en lo político, en lo social, en lo internacional… el cristiano debe involucrarse? Reflexionemos justamente sobre esto: ¿cuántas cosas ha dicho la Iglesia y nosotros, en ignorancia decimos “la Iglesia debería decir tal o cual cosa”?

No es misterio para ninguno de nosotros que hemos seguido estas reflexiones que hay un llamado real para el servicio a los demás. Es tan necesario obrar como tener fe, porque la fe sin obras está muerta (cf. St. 2, 17.26). Hasta nuestro Señor insiste que debemos obrar a partir de la Ley del Amor (cf. Mt. 25, 31-46). Es más, “el Amor de Cristo nos apremia” (2 Co. 5, 14a) de tal manera que tenemos ese llamado interior a ser para los demás.
Es tarea de cada creyente y de cada Iglesia particular responder a las exigencias de nuestro tiempo (cf. GS 91), y no encerrarse en sí mismos. Cuando uno se queda sólo en orar, o sólo en aprender, o sólo en ser bueno con los buenos no hay mérito alguno en eso (cf. Lc. 6, 32). ¡Qué sorpresa que es eso justo lo que solemos hacer! Sólo bendecimos los alimentos entre los hermanos creyentes, sólo leemos la Biblia en la comunidad… Ni nos atrevemos a andar en la calle o de compras rezando el rosario de manera visible. ¿Qué mérito hay en ser bueno con los buenos?
Para que esto sea más fácil de hacer en nuestros lugares de trabajo o de estudio se hace necesario que “en la misma Iglesia promovamos la estima mutua, el respeto y la concordia” (cf. GS 92). Así como la boca habla de lo que abunda en el corazón (cf. Lc 6, 45), nosotros sólo podemos dar lo que hemos recibido en la comunidad. Por ello es necesario que fomentemos el Amor. En este sentido nos diría san Juan: “Nosotros amamos porque Él nos amó primero” (1 Jn. 4, 19). El concilio nos dice que debe haber unidad en las cosas necesaria, libertad en las dudas y caridad en todo (cf. GS 92).
Poniendo de nuestra parte en todo con el Amor como centro lograremos edificar el mundo, y ayudaremos hasta a los que no quieren creer en Dios (cf. GS 93). Juzgar a las personas o es tarea nuestra. Debemos alegrarnos con los que están alegres y llorar con los que lloran (cf. Rom. 12, 15). Por ello “Gaudium et spes, luctus et angor hominum huius temporis […]Gaudium sunt et spes, luctus et angor etiam Christi discipulorum” (Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo […] son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo) debe ser un lema para todo cristiano.
Que este Año de la Fe siga siendo un hito en nuestras vidas, para que podamos entender el Evangelio como lo que verdaderamente es: la santificación del ser humano y la glorificación de Dios. ¿Sabes cómo puedes glorificar a Dios constantemente sin necesidad de asistir todos los días a asambleas de oración? Siendo un verdadero hijo de Dios, a quien le duele el prójimo, que reconoce que el prójimo es sobre todo el más necesitado, que piensa primero en el otro antes que en sí mismo sin descuidar sus responsabilidades temporales y religiosas, y que se convierte en luz y esperanza donde quiera que esté. Sé coherente con el Jesucristo que comulgas y profesas y verás a Dios ser glorificado en la santificación de tus hermanos.