Flor del Carmelo, viña florida, esplendor del Cielo, virgen fecunda de un modo singular, oh madre tierna, intacta de hombre, a los carmelitas y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad proteja tu nombre, estrella del mar. Dios, haznos más como tu Hermosa Flor del Carmelo.
La dignidad humana es centro del mensaje de Jesucristo, y ha de vivirse en comunidad y ha de ponerse en práctica por la actividad humana, pero nada de esto tiene sentido si no es iluminado por la Revelación misma. La Revelación sobre el sentido del ser humano reside en la Iglesia y sobre esto reflexionaremos hoy con el capítulo IV de la Constitución Pastoral Gaudium et Spes.
Nosotros no somos del mundo, pero estamos en el mundo (cf. Jn 17, 16), lo mismo que nuestro Señor Jesucristo no es el del mundo, pero vino al mundo. Es necesario que estemos, como Él, en el mundo. ¿Pero para qué? Para que la Iglesia siga siendo sacramento de salvación para todos. La Iglesia debe estar en el mundo para guiar al mundo y para dejarse ayudar de lo bueno del mundo (cf. GS 40). Pero ella no debe dejar aplastar lo que Dios ha hecho digno, que es al ser humano. Debe la Iglesia dar la justa autonomía de la creatura (cf. GS 41), es decir, debe poner al ser humano como lo que es: ni encima del Creador, ni debajo de la dignidad que posee. Esto se obtiene siguiendo al hombre perfecto: “El que sigue a Cristo, hombre perfecto, se hace a sí mismo más hombre” (ibíd.).
Es deber nuestro, de toda la Iglesia, apoyar lo bueno que hay en el mundo: las instituciones, los centros, las agrupaciones que se dedican a restaurar al ser humano a su calidad de imagen de Dios (cf. GS 42). Es lo que hacía nuestro Señor Jesucristo, es lo que debemos hacer. Nada ganamos con criticar a aquellos que hacen el bien aunque “no sean de los nuestros” (cf. Lc. 9, 49-50); a esos hay que dejarlos hacer el bien y ayudarlos a hacerlo. Diría san Teofilacto (†845) en este sentido: “Admiren el poder de Cristo y cómo su gracia obra por medio de los que no son dignos y no son sus discípulos. Así como por los sacerdotes se santifican los hombres, aunque los sacerdotes no sean santos” (Catena aurea, Lc. 9, 46-50).
¿Cómo puede la Iglesia ser fermento en el mundo o motivo de salvación? Si los cristianos cumplen con sus deberes temporales dentro del espíritu del Evangelio (cf. GS 43). Este numeral de la Constitución Pastoral debe ser lectura obligatoria para todos los creyentes. Nos dice que no puede clasificarse lo religioso como los cultos y las oraciones, sino que el ser humano es religioso por vuelve a ligar con Dios (re-ligare) lo que el mundo se ha encargado de separar. Toda actividad humana debe ser realizada desde la fe en Dios, y debemos, por lo tanto, educarnos y formarnos para entablar diálogos verdaderos con el mundo.
Hay que reconocer que necesitamos todo tipo de ayuda posible para poder hablar el idioma que el mundo está hablando sin caer en las ideologías del mundo (cf. GS 44). Así como san Pablo predicaba según la cultura griega entre los griegos, así como los evangelistas narraron el acontecimiento de Jesús según la necesidad de los receptores, así nosotros debemos prepararnos para hablar a un mundo que no sólo habla con la tecnología, sino con conceptos distintos de hace cincuenta años. Esto es casi un llamado, porque dejar el Evangelio con palabras que el pueblo no entiende (ya sea por el uso de arcaísmos, ya sea por falta de educación de la gente) es dejar de lado el mandato de Cristo y esto es pecado para los que hemos sido enviados a hablar de Dios desde la Confirmación.
Es por Cristo que hacemos todo el bien que hacemos (cf. GS 45) y esto no podemos olvidarlo. La salvación de todo el género humano viene por el acontecimiento de la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo, pero esta salvación no puede ser conocida si no hay quienes la den a conocer sin importarles su vida (cf. Ap. 12, 11), si no hay quien predique (cf. Rm. 10 14-15). ¿Quién predica? La Iglesia: tú, yo, nosotros. Que María, la Flor del Carmelo y la Estrella del Mar, interceda por toda la Iglesia para que, por fin, tengas las fuerzas para anunciar siempre la Fe en todo momento.