Que el Señor sea nuestra Paz, que Él sea nuestra fuerza. Pidámosle juntos que nos haga capaces de dejar lo que tenemos para servir siempre al que más necesita, y que, por la intercesión de san Bernardo de Claraval, luchemos por el bienestar de los demás. Buen y santo día, hermanos.
La liturgia de hoy nos invita a confiar en Dios dejándolo todo para ayudar a los demás (cf. Mt. 19, 23-30), y el santo de hoy fue uno que se caracterizó por eso, hasta el punto que fue un cruzado, es decir, en 1144 fue encargado de predicar una cruzada para procurar la paz en los lugares santos. Justamente este es el tema que nos compete en la reflexión de hoy: la paz en los pueblos. Sigamos reflexionando con la Constitución Pastoral Gaudium et Spes en este Año de la Fe.

Es lógico que la paz de los pueblos es tarea de los cristianos (cf. GS 77), pero ¿qué es la paz? La paz no es ausencia de guerra ni es disminución de la tensión entre contrarios. La Paz es la justicia en construcción, es respeto a la dignidad, es fruto del amor (cf. GS 78), por ello es tarea de los creyentes. La paz se ve destruida por la guerra, y ni la obediencia ciega excusa a los que lo hacen porque la guerra es un atentado contra los derechos humanos fundamentales. La legítima defensa no justifica la subyugación de grupos humanos (cf. GS 79).
Toda acción bélica que pretende destruir ciudades o regiones es un crimen contra Dios y la humanidad (cf. GS 80), y la misma carrera armamentista puede catalogarse como un atentado contra ambos por igual, porque no es solución para la paz (cf. GS 81). Para progresar en la paz hay que educar las mentes e inspirar la opinión pública (cf. GS 82), ya que es la violencia interior la que mueve la guerra exterior. Necesitamos organismos internacionales que promuevan la paz (cf. GS 83), que se ocupen de las iniciativas contra la miseria (cf. GS 84), que cambien los sistemas económicos o que humanicen los que existen (cf. GS 85). Tenemos demasiadas deudas con el mundo, cuando el mundo nos ha dado todo gratis. Dios nos ha dado la tierra para que la administremos, y ahí debemos hacer el énfasis los cristianos: saber administrar.
¿Qué podemos hacer los cristianos para que el mundo quiera procurar la paz? Pues, estimular el ingenio propio, hacer que las personas sean auténticas reproductoras de sus culturas de manera moral, ayudar a quienes ya han iniciado esa tarea, estimular esto para que lo material no sea lo indispensable, sino lo espiritual y lo humano (cf. GS 86). Incluso, con una paternidad responsable podemos evitar los inviernos poblacionales y las explosiones demográficas (cf. GS 87). Como vemos, tenemos nosotros las herramientas en nuestras manos para fomentar la paz en los pueblo, y es a los cristianos que nos corresponde fomentarla (cf. GS 88), es a la Iglesia, porque ella tiene el mandato de Jesucristo de amar (cf. GS 89).
Hay mucho en dónde actuar (cf. GS 90); hay mucho trabajo por hacer. Pero no es un trabajo sólo de organismos políticos o internacionales. Cada vez que ayudas a un hermano a alfabetizarse, a conocer sus derechos, a reconocer la Paz de Dios y fomentarla, cada vez que logras que una persona sea agradecida, dará gratuitamente lo que gratis ha recibido. Cada vez que logras esto estás ayudando a que la paz del mundo se logre.
Si eres misionero, provoca la paz. Si eres voluntario en algún centro asistencial, estimula la paz. Si eres profesional o trabajas en un lugar público, fomenta la paz. Si trabajas en un lugar privado o tienes tu propia empresa, encárgate de que todos los que se acerquen a ti quieran vivir la paz. Pero que sea la auténtica paz, la que brota de la justicia, la que se besa con la justicia y es misericordiosa (cf. Sal. 85, 11-12). Esta es la paz que un cristiano debe promover: el amor por los seres humanos y el respeto por su dignidad. Haz tu parte, para que el mundo sea uno mejor.