Que Dios sea nuestra Paz. Que Él sea nuestro consuelo. Que nuestros esfuerzos se vean engrandecidos por Su Amor y la obra se lleve a cabo por Su Misericordia. Que, por la intercesión de santa Brígida, santa Pelagia y santa Tais, podamos convertirnos nosotros para que nuestro testimonio convierta a otros.
Hemos llegado a uno de los temas álgidos de la fe cristiana, no porque sea en sí mismo problemático, sino porque nos hemos condicionado por el mundo a vivir en un relativismo tal que hasta Dios, el Absoluto, depende de cómo quieras concebirlo. Reflexionemos hoy con el Decreto Unitatis Redintegratio (UR) sobre el Ecumenismo.

El Concilio Vaticano II procura que el Ecumenismo no sea obra de uso cuantos, sino que profesa que es responsabilidad de todos los cristianos procurarlo (cf. UR 1). Sin embargo, no deja de resaltar que la Iglesia es una (debe tener unidad en sí misma, en su interior) y es única (no hay más de una Iglesia de Jesucristo), ya que nuestro mismo Señor Jesucristo así lo ha querido (cf. UR 2). Es muy cierto que cualquiera que pertenezca a las iglesias separadas no tiene culpa alguna del pecado de la separación, y es cierto que el Espíritu Santo los usa para traer salvación a más personas (cf. UR 3), pero no es menos cierto que no están en unidad con la sola Iglesia (cf. ibíd.).
El Ecumenismo busca la unidad, no la disolución de posturas. Los padres conciliares hace casi 49 años afirmaron que hay que eliminar las palabras, los juicios y los actos que sean injustos y falsos contra los hermanos separados, hay que entablar diálogos de exposición doctrinal con ellos, hay que colaborar juntos en el mundo, y todo esto debe llevar a examinar “su fidelidad a la voluntad de Cristo con relación a la Iglesia” (cf. UR 4). Diluir lo nuestro para que los demás se sientan tranquilos no es ecumenismo. Seré reiterativo: si buscas disimular lo que te hace católico para que los demás cristianos se sientan cómodos contigo, no estás siendo ecuménico. Estás siendo falso.
Al final (muy al final) lo que debemos procurar que “todos los cristianos se congreguen en una única celebración de la Eucaristía” (ibíd.), dando nosotros los primeros pasos hacia esos hermanos separados, “hablándoles de las cosas de la Iglesia” (ibíd.), y reconociendo lo malo que hacemos y hemos hecho. Pero, reflexionemos: ¿cómo vas a hablar de las cosas de la Iglesia si tú mismo te encargas de ignorar estas cosas? ¿Cómo celebraremos juntos la Eucaristía, si ésta es un mero símbolo para ti, y tu comunidad prefiere las asambleas en lugar de las Eucaristías?
Toda renovación de la Iglesia consiste esencialmente en el aumento de la fidelidad a su vocación” (cf. UR 6), es decir, toda cosa que la Iglesia debe cambiar debe estar orientada a hacerla más santa, no a hacerla más popular. ¿De qué vale tener nuestras filas llenas, si sólo están llenas de herejes acomodados a sus incoherencias de vida y entibiados por los gustos pasajeros? “El verdadero ecumenismo no puede darse sin la conversión interior” (cf. UR 7), no puede darse en aquel hermano que busca provocar la paz a costa de ignorancia sobre su propia fe.
Hay que conocerse uno mismo y conocer a su hermano con quien entablará diálogo (cf. UR 9), para que sea un diálogo entre iguales. Ninguno de los dos debe menospreciar al otro ni cerrarse. Hay hermanos que se cierran, y no hablo de los hermanos separados que no quieren hablar o que son fundamentalistas con la Sagrada Escritura; me refiero a hermanos católicos que se cierran a estas enseñanzas de la Iglesia y creen que son ellos solos los que pelean la batalla porque nadie entiende lo que ellos han recibido como revelación. ¡Embustero! ¡Falso irenista!
La doctrina católica debe ser expuesta con toda claridad. “Nada es tan ajeno al ecumenismo como el falso irenismo” (UR 11). La paz no puede ser anunciada, provocada, sembrada allí donde hay ignorancia de lo que es la Paz misma, que procede de Cristo, cuya plenitud de la gracia encontramos sólo en la Iglesia Católica. Te reto a que estudies tu fe, y luego enfrentes tu actitud de falso ecumenismo, para que veas que los frutos que das pudieran ser multiplicados por cien.