Saludos les mando a todos ustedes, hermanos y hermanas, que fielmente han decidido seguir a Jesucristo y, de alguna manera, se dejan guiar por Sus Enseñanzas. Le pido a Dios Padre Misericordioso que mire con agrado sus sacrificios de esta Cuaresma para que, por la intercesión de santa Francisca Romana, puedan obtener los beneficios de la Pascua Eterna que nos preparamos para celebrar.

Todos estos días han sido días de duras pruebas y de duros compromisos. Quizá alguno de nosotros se ha propuesto no comer algún tipo de alimento, o no tomar alguna bebida específica. Quizá uno que otro de nosotros ha querido dejar alguna actividad de distracción que realizaba con cierta frecuencia e, incluso, quizá alguno se propuso dejar de decir ciertas palabras o frases, como parte de su sacrificio cuaresmal. Sin embargo, no he podido ignorar cómo, muchísimas veces, hacemos de la Iglesia un lugar de dolor, de angustia, de “mea culpas” exagerados. Y me digo “con razón es que nadie quiere saber de la Iglesia”. Es que la pintamos como si fuera un lugar de masoquistas que no tienen nada mejor que hacer.

Por ejemplo, nuestras propuestas del año nuevo civil siempre son cosas positivas, y muy pocas son dejar las negativas. Pero nuestras propuestas de Cuaresma siempre son las cosas negativas. Siempre queremos dejar algo, olvidar algo, negar algo, y muy raras veces nos proponemos hacer cosas que nos hagan bien. Una vez recalqué lo que quiere decir la Palabra de Dios sobre los sacrificios de alabanza, pero creo que debo retomar el tema, haciendo énfasis en la palabra “sacrificio”. ¿Sabes lo que quiere decir esa palabra? Te diré que viene de dos palabras latinas: “sacrum” y “facere”, que quieren decir “sagrado” y “hacer” respectivamente. Es decir, que un sacrificio no es algo que te duele cuando te lo quitan, sino que es algo que te hace sagrado cuando lo haces. Y si sigo esa línea de pensamiento, entonces, el sacrificio implica hacer cosas buenas que nos santifiquen y que santifiquen a otros cuando las realizamos. De ahí es que el autor de la carta a los Hebreos nos exhorta a que ofrezcamos sin cesar a Dios un sacrificio de alabanza (cf. Hb. 13, 15). Pero, somos tan necios que nos quedamos sólo en ese verso y no leemos el siguiente, que es el que explica el concepto de sacrificio de alabanza: “No se olviden de hacer el bien y de ayudarse mutuamente; ésos son los sacrificios que agradan a Dios” (v. 16). La explicación que yo pueda hacer al respecto se hace innecesaria.

Si vives una vida constantemente de autoflagelación, sin disfrutar de las grandezas del Amor de Dios, serás una persona amargada, un cristiano mediocre. Porque es que Dios, aunque te pide que dejes de hacer lo incorrecto, te pide además que hagas lo correcto. Yo puedo asegurar que es mucho más fácil dejar de hacer algo que te gusta hacer que no te deja beneficios eternos, que empezar a hacer algo que no te gusta hacer que sí deja beneficios eternos. ¿A qué me refiero? Pues que estás muy dispuesto a tomar sólo agua en todo el día, pero sigues maldiciendo al chofer del vehículo que cruzó la luz roja en el semáforo y casi produce una colisión. Igual, eres el primero en renunciar al chocolate durante cuarenta días o los refrescos de soda, pero no eres capaz de comprar con ese dinero ropa o libros para niños de escasos recursos. Lamentablemente, nosotros no vivimos ni una tercera parte de la Cuaresma adecuadamente. Porque lo que la Iglesia nos propone es Ayuno, Oración y Limosna, y nosotros lo que sabemos hacer es sólo Ayuno, y lo hacemos mediocremente. ¿Por qué no asistes más a la Eucaristía, que es el Sacrificio de alabanza por excelencia? ¿Por qué no das de tu sueldo sistemáticamente a una institución o un grupo de personas que necesiten del mismo? ¿Por qué tienes que esperar que aparezcan los momentos de sacrificio, y no sales de ti mismo o de ti misma para buscarlos? ¡Qué buena manera de vivir el Sacrificio de Jesucristo: muriendo a cosas personales sin que tus hermanos se beneficien! Imagino a Jesucristo pensando lo mismo de ti, no queriendo salvarte, porque Él estaba muy ocupado venciendo sus propias tentaciones en el desierto.

Si consideras que andas mal, aún tienes tiempo de abrir los ojos y cambiar. Dios no se cansa de repetirnos a todos que desea más la misericordia que el sacrificio personal (cf. Mt. 9, 13; 12, 7). ¿Qué ganancia tienes, por ejemplo, con vestirte todo de blanco durante este tiempo? Dios te repite también que le des agua al que tiene sed, que le des de comer al hambriento, que vistas al que anda desnudo, que consueles al triste, que visites al enfermo y encarcelado. Tienes tantas cosas, como, por ejemplo, una computadora dónde leer esto, ¿y no eres capaz de dar de tu tiempo a quien carga muchas bolsas de camino a su casa?

Hazte sagrado con Dios. Hazte santo con Él, por medio del ejemplo de Su Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Trata de que tu Cuaresma la puedas vivir en un ciento porciento, igual que el resto de tu vida cristiana, para que Dios te diga al final de los tiempos “¡Bien hecho! ¡Buen trabajo!” y pases a ser uno de los benditos Suyos. Aprovecha este tiempo que la Iglesia, con la Sabiduría Divina, ha dispuesto desde hace años, para que puedas obtener los beneficios que Dios guarda a quienes le temen y le aman. “Confía en el Señor, sé valiente, ten ánimo, confía en el Señor” (Sal. 27, 14).