Buen día, hermanos y hermanas santos en el Señor. Que Dios tenga Misericordia de nuestras vidas para que, por la intercesión de todos los santos y santas, seamos capaces de dar testimonio completo del Amor que tenemos hacia Él. Pidamos que esta semana y toda nuestra vida sea coherente con lo que Él ha querido revelarnos en Su Amor, y así más personas lleguen al conocimiento de la Verdad, que es Jesucristo, nuestro Señor.
El Domingo pasado tuve la bendición de ser invitado a dar unas catequesis sobre dos artículos de nuestra fe: la comunión de los santos y la santísima Virgen María. Luego de la misma, un joven se me acercó y me preguntó: “¿Cómo, desde mi carrera, puedo hablar de Jesucristo a la gente?”. La respuesta es tan sencilla que la mayoría de las veces pasa desapercibida. Recuerdo que le dije a él y a otros que estaban escuchando: “El grave problema de los católicos es que no sabemos ser católicos”. Y quisiera que reflexionemos sobre ese aspecto brevemente, puesto que, si seguimos permitiéndonos caminar según nuestros antojos, no nos salvaremos ninguno.

Tenemos una fe que no es individual. Cuando se nos habla de que la salvación es de índole personal, a lo que se nos hace referencia es a que quien se salva es la persona, es decir, un individuo todo completo. Pero la salvación que nos trae Jesucristo es una comunitaria, de no haber sido así no hubiera instituido el sacramento de salvación por excelencia: la Iglesia. Es más, importa tanto la comunión entre personas, que Dios mismo es una comunión entre tres personas. Todo esto lo que nos dice es que de mí depende que muchos se salven, puesto que, por el bautismo y la confirmación, he recibido la capacidad y el mandato de ir por el mundo evangelizando a todos, como dice Jesucristo en el evangelio según san Mateo 28, 19. Pero creemos que eso se reduce a decir “Dios te bendiga” o “Cristo te ama” a la gente. Lee el próximo versículo: “y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado” (v. 20). Enseñar implica dedicar tiempo, esfuerzo, fatiga, neuronas, corazón.
Muchos católicos suelen ver nuestra fe como si fueran cargas: misa los Domingos, confesiones, viacrucis, rosarios, oración, adoración… Ante esa actitud de ellos sólo nos queda suspirar y respirar profundamente y empezar a enseñar. ¿Por qué? Pues no son cargas, sino más posibilidades para alcanzar la salvación. Para ser católico y dar ejemplo es necesario saber serlo; y es una tristeza para la Iglesia y para Dios que haya gente indispuesta a dar gratis lo que gratis ha recibido, como dice Jesucristo. Ese mandato que nos da Jesucristo (cf. Mt. 10, 5-42) hace referencia a dar testimonio, no a dar cosas materiales. ¡Ése es el problema! Alienamos la Palabra de Dios, la manipulamos, no le hacemos caso al contexto en el que está. Y luego decimos que es difícil predicar y ser testimonio de Jesucristo en estos días.
¿Qué tienen en común los relatos sobre la Resurrección con las mujeres (cf. Lc. 24, 1-11), con Pedro y Juan (cf. Jn. 20, 1-9), con María Magdalena (cf. Jn. 20, 11-18), con Tomás (cf. Jn. 20, 24-29) y con los discípulos de Emaús (cf. Lc. 24, 13-35)? Que todos tienen a unas personas que, desde que conocieron la Verdad sobre la Resurrección del Señor, salen corriendo a contarles a sus hermanos, aunque no les crean. Hay unos que salen corriendo, en medio de sus quehaceres, para que los demás puedan creer. Esto debería cuestionarnos a todos los que nos llamamos católicos, pero, de manera especial, a todos aquellos que siempre andan con el temor de hablar a los demás sobre lo que Dios hace en el mundo. No es de ti que hablarás, no es una mentira que dirás, no es algo superfluo que compartirás… a menos que tú mismo no estés convencido de la Verdad que hay en las cosas de Dios.
La respuesta a la pregunta que me hacía ese joven es sencilla: “Cree”. ¿No te ha sucedido alguna vez que estás narrando algo que te ha sucedido y se hace difícil que te crean por lo inverosímil de la situación? ¿Aun así tienes miedo de narrar lo sucedido? Lo que hace verdaderamente fascinante tu narración es que tú la crees en un 100% y quieres que los demás lo hagan también a pesar de lo extraño que pueda parecer. ¿Y hay algo más extraño y sobrenatural que la noticia de un Hombre que es Dios que, por Amor a todos, se entregó en una cruz, para morir por nosotros y, al resucitar, vivir luego para nosotros, y nos haga capaces de ser como Él? Si los católicos del mundo, que son más de mil millones, creyeran realmente esta noticia, corrieran a contarle cada uno a cinco no-católicos y todo el mundo creería en Jesucristo. ¿Cuál es el problema? Nuevamente, que no sabemos ser católicos.

Hay que animarse mutuamente. Hay que buscar maneras de que los hermanos que no creen, vean los testimonios de los que creen; de que los hermanos que creen, se formen en su fe; de que los hermanos que se forman en su fe, salgan a dar testimonio. No nos predicamos a nosotros mismos, sino a un Cristo-Esperanza, a un Jesús-Amor, a un Jesucristo-Promesa. Y si Su noticia es la mejor y la Última noticia que Dios tiene para todos los seres humanos, ¿qué haces todavía sentado leyendo esto?