Buen día, hermanos y hermanas. Que este año sea uno bendito y santo para cada uno, donde la prosperidad no sea sólo material, sino, sobre todo, espiritual y humana. Pedimos a Dios Todopoderoso que, por la intercesión de santa Isabel Ana Bayley Seton y santa Angela de Foligno, nos enseñe a comprender las maneras misteriosas en las que obra, que haga de nosotros instrumentos de Su Paz, y que se renueve constantemente con Amor el nacimiento de Su Hijo, nuestro Señor y Salvador, en nuestros corazones.
Hemos venido viviendo el grandioso misterio de Misericordia de la Encarnación de Dios, y esperamos continuar viviéndolo con la solemnidad de la manifestación gloriosa ante toda la humanidad de Jesús como el Señor (epifanía). Tanto epifanía como teofanía son términos griegos que hacen referencia a una manifestación, pero la epifanía tiene un matiz más cristológico y la teofanía, uno más trinitario. De todos modos, Jesucristo es tanto epifanía como teofanía, ya que en Él se da la plenitud de la divinidad y de la humanidad redentora. Habiendo aclarado términos, hagamos referencia a una parte un poco ignorada de todo lo que implica conocer, manifestarse, iluminar.
Cuando, al nacer, Jesucristo se muestra a los pastores (cf. Lc. 2, 8-20) y a los magos de oriente (cf. Mt. 2, 1-12), se muestra ante toda la humanidad. Tanto los pobres como los ricos conocerán de Él, y todos, en algún momento, tendrán que reconocer Su Grandeza y Su Poder. Esta manifestación de Jesús (epifanía) encierra una doble acción: no es sólo manifestación de la grandeza de Dios, sino también manifestación de la pequeñez del ser humano. Cuando una luz ilumina es porque ha habido cierto grado de oscuridad, ya que una luz no cumple su función si ilumina donde ya hay de por sí luz intensa. No hay luz más intensa que Jesucristo, quien es la Luz por excelencia, el Sol que ilumina a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte (cf. Lc. 1, 78-79). Ojalá todos poder aceptar esa luz. El problema es que, como nos dice san Juan, en muchas ocasiones los que viven en tinieblas no quieren recibir la luz (cf. Jn. 1, 5) porque sus actividades oscuras se deshacen, y por eso, viven huyendo de todo lo que es verdad, conocimiento, formación, cambio de actitudes, metanoia.
Si es cierto todo lo que has estado pidiendo todo este tiempo de que quieres que Jesús nazca en tu corazón y si es cierto eso mismo que le deseas a todos los que te rodean, debes saber que en ti está naciendo la Luz de Jesucristo y, por lo tanto, debes permitir que esa Luz te cambie y cambie a los demás. Jesucristo no es un tema bonito que se usa en diciembre para desear felices fiestas en tus tarjetas de felicitaciones o en tus mensajes por correo. Jesucristo es una persona, Jesucristo es real, Jesucristo es Dios y hombre y, por lo tanto, puede y debe cambiar tu vida. Pero depende totalmente de que quieras aceptar esa misión. Una sola y grande es la misión que tienes como ser humano: pasar haciendo el bien a tus hermanos por el Amor que Dios ha puesto en ti. Si haces lo contrario, por egoísmo, orgullo, vanagloria, soberbia, ira, envidia… no permites que Jesucristo nazca y crezca en ti. Ya diría san Juan: “Los hijos de Dios y los hijos del demonio se manifiestan en esto: el que no practica la justicia no es de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano” (1 Jn. 3, 10).
Todo esto como hacer un jugo de limón: necesitas limones, agua y azúcar. Si quieres hacer un jugo de limón pero, por odio a los limones, prefieres echarle manzanas, por más que digas que es de limón tu jugo seguirá siendo de manzanas. Por más que tú mismo te convenzas de que estás haciendo lo correcto, cuando en realidad sabes que en tu vida no se están viendo los frutos de un nacimiento de Jesucristo en tu corazón, no estás más que asociándote a las tinieblas. Por más deseos bonitos que tengas y propuestas de nuevo año que te hagas, mientras sigas apagando la luz de tu interior con las oscuridades del mundo y de lo que el mundo te vende, no habrá Navidad en ti. ¡Qué triste debe ser una vida vacía de bienes espirituales! ¡Cuánto dolor debe tener el ser humano cuando tiene sed de Dios y sólo se le da agua sucia de bienes materiales! ¿No te parece que es buen momento para revisar si las cosas malas que te suceden no son pruebas de Dios, sino que son consecuencias de tus malos actos? ¿No te parece que estar mintiéndote a ti mismo y a los demás es algo que, a final de cuentas, te traerá una vida hueca que se despedazará tan pronto venga cualquier vendaval y la haga caer?
Tanto santa Angela de Foligno como santa Isabel Ana Bayley Seton tuvieron que entregar todo lo que tenían a Dios, incluyendo sus familias, para poder ellas dejar que Jesucristo fuera naciendo en sus vidas y ser ejemplo de vida plena para todos nosotros hoy. Ojalá Jesucristo nazca realmente en ti y que puedas decir como san Andrés: “Hemos encontrado al Mesías” (cf. Jn. 1, 41). Pero no sólo eso. Ojalá muchas personas puedan decir “Hemos encontrado al Mesías” gracias al testimonio que estás dando con tu cambio de vida. Es a través de ti que los confines de la tierra pueden contemplar la victoria de nuestro Dios, y es a través de ti que Dios dará Su Paz, Su Amor y Su Misericordia a todos los que te rodean.