Que todos tengamos hoy un excelente día al sabernos hijos amados del Dios Todopoderoso. Alumbra, Señor, nuestro corazón para que podamos ver con tu claridad todo lo que hace sombras en nuestras vidas y podamos, con Tu fuerza, removerlo y colocar Tu Amor en cada aspecto nuestro. Enséñanos, Dios, por intercesión de santo Tomás de Cori y san Higinio, a tener piedad para con nosotros mismos y nuestros hermanos.
Ya casi no sorprende a nadie el ver tantas cosas que vemos con respecto del ser humano. Hace un poco menos de dos generaciones, era casi imposible ver anuncios en la televisión o en la prensa donde la dignidad del ser humano era pisoteada. Hoy sí podemos ver estas cosas y nos parecen tan normales que ni nos percatamos de ello. Podemos ver cómo las películas y las series de televisión muestran personas antisociales como prototipos para ser admirados, cómo los anuncios muestran “aceptaciones” de personas con como son, y renuncias a lo que son. No se nos muestran deseos de superación integral, sino de aceptación de lo que eres y lograr que la sociedad se adapte a ti o lograr adaptarte a una sociedad manipulada. En resumen, se muestran extremos de la vida social: el forzar a los demás a aceptar lo que soy sin importar lo que el otro pueda decirme para cambiarme y el forzarme a mí mismo a ser como un grupo determinado para ser aceptado por él.
Lo peor de todo esto es que se ha hecho de la misma vida humana, de sus valores, de sus principios, un comercio. Se compran los valores a cambio de materiales: “¿Quieres ser mejor? Toma tal bebida”. Y, aunque mucho digan que son sólo estrategias publicitarias, son estrategias que están basadas en la actitud que el ser humano está tomando ante su vida moral. Pero no sólo se hace un mercado de lo que debes ser, sino de lo que puedes volver a ser; me refiero a que no sólo se te venden nuevas formas de verte y de sentirte bien, sino que, para contra, se te venden nuevas formas de aceptarte como eres y renunciar a las propuestas del cambio. Pero todo es vender/comprar, comercio, gastar. Nada hay gratis y todo amerita un precio.
Pudiéramos comparar esto a los alimentos orgánicos. Hace algún tiempo se vendían alimentos “mejorados”, “con más beneficios”. Y estos abarrotaban los supermercados y las tiendas. Y nosotros mismos buscábamos de ellos como locos y, si no eran de esos alimentos, no consumíamos nada. Luego ha llegado una ola de alimentos orgánicos, alimentos “sin alterar”, alimentos “completos”. Y ahora ha llegado con nosotros ese deseo de estar “más en contacto con la tierra”, “ser más saludables”, y todo es más caro hoy. Mientras menos cosas tengan esos alimentos para alterarlos, más caros son. Pero no sabemos si es bueno lo que unos dicen o lo que otros dicen. Asimismo hemos hecho de nosotros mismos seres humanos “orgánicos y mejorados”, donde para ser buenos debemos ser lo que nos piden que seamos o renunciar a lo que hemos venido siendo. ¿En quién creemos? Hemos dejado que los gustos se conviertan en necesidades y que las necesidades rijan nuestras vidas. Ya una persona que deja de comer, pero no para adelgazar, es alguien que está mal.
Un hijo de Dios no puede caer en estos extremos, porque un hijo de Dios entiende que es parte de una comunidad mundial que busca el bien común, y que, si no lo busca, debe proponerse buscarlo. El hijo de Dios no puede esperar ser parte de un gran molde, porque en esencia es configurado con Cristo y procura el cambio para bien de los demás. Debes aprender que no eres parte de un montón, sino que Dios te ha hecho especial, pero especial porque tienes una misión que nadie más tiene en esta historia. Por lo tanto, no eres ni orgánico ni mejorado, sino que eres perfectible. Eres imagen y semejanza de Dios y procuras la perfección. Cuando no lo haces, tu vida se vuelve un peso, una carga, y nada de lo que hagas tendrá razón de ser. Puede que hayas reconocido eso, pero tus hermanos no. A ti te toca despertarlos del sueño en el que están (cf. Rom. 13, 11) y mostrarles la verdadera luz de Cristo. No es posible que haya gente que no aspire a la santidad, cuando la santidad es un llamado universal. Y tú eres responsable de que suceda. Eres catalizador para que tus hermanos dejen de ser “orgánicos” y “mejorados” y entiendan que no hay nada mejor y más cercano a sí mismos que el ser hijos de Dios.
Es necesario que te armes de valor y autoridad, para que puedas abrir los ojos a aquellos que se revuelcan en las tinieblas, como lo hizo nuestro Señor (cf. Mc. 1, 21-28), y para que tú mismo reconozcas que todo está sometido bajo nuestros pies (cf. Sal. 8, 6-9) por los méritos de nuestro Señor, en quien fueron recapituladas todas las cosas (cf. Ef. 1, 10). Cambia cosas, habla alto, actúa con la autoridad que se te da de lo alto. No tengas miedo, porque, si lo que haces es por y para Dios, no habrá nada que se interponga en tu camino. Pregúntale a Dios cuál es tu misión y llévala a cabo. Deja que los demás se den cuenta de que son hijos amados Suyos y que tú estás haciendo todo lo posible para que el mundo lo sepa.