Dios Padre bueno, llena nuestras vidas con tu compasión para que vivamos en la generosidad del perdón. Que por intercesión de santa Úrsula y santa Laura Montoya, podamos entregarnos totalmente a la defensa de la Verdad donde quiera que estemos.
Hemos tenido la oportunidad de un Sínodo de Obispos sobre la familia, también la beatificación del papa Pablo VI, nos hemos enterado de una periodista de la BBC que se consagrará como monja de clausura, se ha iniciado el consistorio para el Oriente Medio… Creo que es necesario que reflexionemos sobre estas revoluciones.
No es para nada cierto que el papa Francisco ha sido el papa más revolucionario de los últimos tiempos. Es inconfundible el aporte del venerable Pío XII durante los años más difíciles de la historia de la humanidad; es heroica la intervención de san Juan XXIII al querer abrir la Iglesia al mundo; es fenomenal la sabiduría del beato Pablo VI de dirigir una Iglesia nueva en su aspecto; es loable la intención de Juan Pablo I y de su sucesor san Juan Pablo II de hacer frente a los problemas internos de la Iglesia y de los problemas del mundo; es extraordinaria la manera en la que Benedicto XVI removió los cimientos de la Iglesia universal para que muchos anti-testimonios se fueran y muchísimos más testimonios vivos volvieran. Nos parece que debemos ser cautelosos con lo que hablamos y vivimos.

El papa Francisco es también inigualable, y ha sido un papa para los pobres y con los pobres. Es un papa que ha sorprendido al mundo, pero que también ha sido intencionalmente mal interpretado por el mismo. Se aplaude a Francisco por no ser Benedicto XVI, es decir, lo que quiso conservar íntegro el papa alemán ha sido dejado de lado por el papa argentino, y esto atrae porque es señal de “humildad”. ¡Cuidado! No se dejen engañar. ¿Acaso la humildad ha cambiado a lo largo de los años? Cuando pienso en humildad pienso en el Francisco por el cual el papa se denominó así. Y fue este santo de Asís quien afirmó varias veces que para Dios lo mejor. El santo humilde por antonomasia vivía en extrema pobreza, pero la dispensaba en lo tocante a la Liturgia Santa.
¿Es acaso el papa causante de una falsa humildad? ¿Quiere él una hipocresía mayúscula en la Iglesia? Por supuesto que no. Tiene él, como todos los pontífices, un auxilio especialísimo del Espíritu Santo para pastorear, enseñar y santificar las ovejas del redil del Señor Jesucristo. Lo que sí es posible que el mundo quiera mostrar un concepto de humildad que no es el que aprendimos de los Apóstoles. La humildad es reconocer que Dios es el autor de todo y es también disposición a recibir todo de Él. Humildad no es usar tal o cual ropa o tener tal o cual actitud; humildad es reconocer que las ropas y las actitudes deben respetar a la persona y ensalzar su dignidad.
Al parecer, los católicos estamos muy indiferentes a lo que Dios quiere en nosotros como Iglesia. Orar por el Sínodo que acabó implicaba haber conocido los temas y el instrumento de trabajo que utilizaron. Pero, cuando hay una necesidad material patente y nosotros nos dedicamos sólo a orar, no habremos hecho nada (cf. St. 2, 14-17). ¿Y qué sucede en la Iglesia? Que, aunque los medios de comunicación nos digan lo contrario, el mundo quiere cosas que no pasen, verdades que no sean relativas. El mundo no necesita que la Iglesia sea también relativa, porque ningún ser humano puede vivir sanamente cuando todo lo que le rodea no tiene dependencia de nada. Nada vale, nada sirve, todo cambia. Y, si la Iglesia también entra en este juego, ¿dónde quedan las verdades absolutas que Jesucristo nos enseñó? ¿Dónde queda la verdad absoluta que es Dios?
Al final, el que sabe lo que hay que hacer y no lo hace, comete pecado (cf. St. 4, 17). ¿Y qué es lo que hay que hacer? Debemos ser estandartes de Cristo crucificado, debemos conocer la fe, debemos profundizar en el Señor, debemos empezar a ser verdaderamente católicos y lograr que, con el testimonio, otros lo sean.