¡Jesucristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado! Dios Tierno y Amoroso, que es capaz de deshacer el mal que hacemos para darnos bendiciones, tenga Misericordia de nuestras vidas, y, así como ha restituido la Vida en Jesucristo con Su Resurrección, por la intercesión de todos los santos, en especial la de santa Catalina de Ricci y san Giuseppe Moscati, nos dé la Gracia de participar de la Gloria Suya, que es la Vida Eterna con Él.
Es imposible leer el texto del pregón de Pascua y no sorprenderse de las bellezas que dice; pero es aún más impresionante para nosotros considerar que viene cantándose desde el siglo IV y que en todo el mundo se canta en la noche de la Resurrección de nuestro Señor. Este texto es necesario conocerlo y profundizar en él, sin dejar que se quede en algo de una sola noche. El tiempo de Pascua se extiende por cincuenta días, y el espíritu que lleva el pregón de Pascua es el espíritu que debemos llevar en nuestro interior por la experiencia con el Resucitado. Por ello, continuamos con estas breves reflexiones sobre este texto llamado “Exultet”.
La muerte ha sido una condena irrevocable por el mismo que la introdujo, el ser humano. Tuve Dios que asumir nuestra condición para romper las cadenas de la muerte que nos ataban al abismo. La muerte nos alejaba de la Gracia de Dios, porque nadie con pecado podía morir y estar con Dios. ¿Y quién estaba sin pecado si todos cargábamos con la culpa de Adán y Eva? Exactamente, nadie. Estábamos, pues, condenados a vivir en el abismo por la eternidad, en un lugar lejos de Dios a pesar de haber sido buenos en la tierra. Jesucristo vino a romper estas cadenas y luego asciende victorioso del abismo. Por esto preguntamos con el pregón: “¿De qué nos serviría haber nacido si no hubiéramos sido rescatados?”. Si fuimos creados para Dios, y no había manera de estar con Él a causa del pecado, ¿de qué nos sirve nuestra propia existencia? Sin embargo, Su Amor por nosotros es tan beneficioso e incomparable en ternura, que decidió rescatar a los esclavos de la muerte, todos nosotros, entregando al Hijo, al Único, al Amor que tanto ama.
Con esta renuncia de Sí Mismo, Dios da un giro al mundo y a nuestra existencia, haciendo de la Buena Noticia una paradoja para la realidad que vivimos. Ya el pecado no es algo que hay que borrar o buscar eliminar, sino que se hace necesario en el Plan Divino. Sin este pecado, nosotros no hubiésemos tenido la necesidad de un Salvador. Sin este pecado, la Redención no fuera necesaria. Imagino la envidia de los ángeles que luego renunciarían a estar con Dios y fueron expulsados de Su Presencia, porque Dios, creándonos perfectibles, no nos eliminó por haber pecado, sino que decidió hacerse pecado por nosotros (cf. Rom. 8, 3; 2 Cor. 5, 21); así, nosotros, y no los ángeles, tendrían la Gracia Suprema de contar con un Redentor y de que ese Dios Redentor caminara entre nosotros y luego decidiera quedarse sacramentalmente con nosotros. ¡Qué Redentor hemos tenido!
Por esta razón, las tinieblas ya no son sólo signos de pecado, sino razones para que Dios se engrandezca por la acción de Su Amor hacia Jesucristo en nosotros. Esto lo deja claro nuestro Señor al referirse al ciego de nacimiento que sanaría: “ni él ni sus padres han pecado […]; nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios” (Jn. 9, 3). No es que el pecado no sea a conciencia y a voluntad, sino que ya el pecado no es motivo de sólo reprobación y maltrato y distanciamiento de Dios (como muchos de nosotros reaccionamos cuando pecamos gravemente), sino que a través de él hay manera de Dios para amarnos. Con cada pecado que cometes se manifiesta aún más la Misericordia de Dios, porque “donde abundó el pecado, sobreabundó la Gracia. Porque así como el pecado reinó produciendo la muerte, también la Gracia reinará por medio de la justicia para la Vida Eterna, por Jesucristo, nuestro Señor” (Rom. 5, 20b-21). Ahora “será la noche clara como el día, la noche iluminada por mi gozo”, dice el pregón pascual citando al salmista.
Es una noche la que hace que la noche se vaya de nuestras vidas. Es la noche de la Resurrección, cuya celebración prolongamos en toda esta semana, que hace que las noches oscuras de nuestras vidas se disipen. Es haciéndose pecado que el Salvador nos salva del pecado. Por esta gran celebración gozosa del Amor incomprensible de Dios es que el mal no tiene opción más que de irse la Creación de Dios. Esta acción de Dios “ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos”. Sabiendo que tu realidad como creatura nueva es de plenitud en Jesucristo, empieza a vivirla. No dejes que pase el Señor en tu vida y que aún sigas muriendo en el pecado. Es cierto que pecamos, pero es aún más cierto que hemos sido redimidos por tan grande Redentor como el Hijo de Dios mismo, el Alfa y la Omega. No te dejes doblegar por aquello que ya no puede sobre ti; levántate firme y resucita con el Señor.