Que tengamos un hermoso día lleno de bendiciones en el Señor. Pidámosle a Él, que tiene el poder de resucitar los muertos, que mire con agrado las obras de nuestros hermanos que han muerto, para que puedan compartir con Él el gozo de la Resurrección, y que mire con misericordia nuestra fe para que nosotros también salgamos de la muerte espiritual en la que podemos encontrarnos.
Dios permite que Sus hijos sean purificados a través de las pruebas, como el oro en el crisol dice la Sagrada Escritura (cf. Sb. 3, 6). Y de esa misma manera somos todos probados constantemente cuando hemos decidido aceptar que Dios nos guíe. Muchísimas veces ni nos percatamos de que estamos siendo probados, y muchísimas otras deseamos no estar en medio de una prueba. Dios no necesita la prueba para vernos salir airosos, puesto que Dios lo conoce todo en nosotros. Pero es sólo a través de las pruebas que nosotros podemos ver ante Dios si realmente somos capaces de dejarnos guiar por Él. La situación es fuerte cuando se nos prueba en cuestiones de dinero, o en cuestiones de salud, o en situaciones familiares, pero casi nunca nos damos cuenta (o queremos darnos cuenta) cuando son situaciones personales o que afectan a otros por medio de nosotros.
Como seres humanos y como hijos de Dios por el bautismo tenemos la virtud de la prudencia. Unos la tienen como un estandarte en sus vidas y otros la llevan guardada en algún lugar cuyo nombre no quieren recordar. Prudentes o no en actitudes y acciones, es un llamado de Dios para con Sus hijos. Ya lo decía san Pedro: “Sean sobrios y estén siempre alerta, porque su enemigo, el demonio, ronda como un león rugiente, buscando a quién devorar” (1 Pe. 5, 8). Este es un llamado para el cambio de vida (metanoia) del que nos habla Jesús y al que también Él nos llama en todo el Evangelio. Sin embargo, la prudencia es una de las virtudes más pisoteadas por todos los cristianos, porque implica tener en cuenta que no estoy solo en este mundo, incluso si deseo estarlo.
Sucede que a ti y a mí nos corresponde estar al frente de ciertos grupos humanos, ya sean religiosos o no. Sucede también que muchas de esas veces, por cualquiera razón, hablamos de cualquiera manera delante de esos grupos o actuamos de maneras antojadizas, sin tomar en cuenta la madurez psicológica, emocional y espiritual de cada uno de los integrantes del grupo. Imagínate que esto sucede en un lugar donde alguien de ser ejemplo para todos y, por cualquier motivo, ese alguien no da ejemplo. ¿Acaso no te decepcionas y buscas (consciente o inconscientemente) otro patrón que seguir? Lo mismo sucede cuando lo haces tú, pero muchas veces andas ocupado en mirar al otro en lugar de mirarte tú.
En el capítulo 8 de la primera carta de san Pablo a la comunidad de Corinto, él hace referencia a comer la carne sacrificada a los ídolos. Él dice: “En cuanto a comer la carne sacrificada a los ídolos, sabemos bien que los ídolos no son nada y que no hay más que un solo Dios” (v. 4). Pudiéramos pensar, entonces, que no existe tal cosa como la carne sacrificada a los ídolos, es decir, actualizándolo, no existe tal cosa como decir palabras que despisten, ni hacer bailes que den mal ejemplo, ni actuar de ciertas maneras que me hacen daño, porque no hace daño tomar alcohol en moderación, ni el baile como tal, ni las palabras coloquiales. Pero, ¿qué dice san Pablo en ese sentido? “Sin embargo, no todos tienen este conocimiento. Algunos, habituados hasta hace poco a la idolatría, comen la carne sacrificada a los ídolos como si fuera sagrada, y su conciencia, que es débil, queda manchada” (v. 7). Hay personas que te rodean que no conocen la libertad para la que fueron creados, y te ven haciendo algo así y pueden llegar a creer que lo que haces es lo correcto siempre. “Pero tengan cuidado que el uso de esta libertad no sea ocasión de caída para el débil. Si alguien te ve a ti, que sabes cómo se debe obrar, sentado a la mesa en un templo pagano, ¿no se sentirá autorizado, a causa de la debilidad de su conciencia, a comer lo que ha sido sacrificado a los ídolos?” (vv. 9 y10). Lamentablemente, podemos hacer con nuestras actitudes que nuestros hermanos caigan (cf. v.11) y podemos herirles sus conciencias, que es donde debe habitar el Espíritu Santo en todos. Si haces que el hermano peque, tu carga es doble. Por ello es que dice luego san Pablo: “Por lo tanto, si un alimento es ocasión de caída para mi hermano, nunca probaré carne, a fin de evitar su caída” (v. 13).
La mayoría de los santos fueron muy misericordiosos con sus hermanos pero muy severos consigo mismos, porque se han tomado en serio el mensaje de Jesucristo. Mientras más te conoces, más comprendes a tus hermanos, y más fácilmente puedes amarlos, porque descubres que muchos de sus males y padecimientos pueden ser remediados por las actitudes que tú puedas tomar ante ellos. Y es que no estamos aquí para gozar el momento, sino para dar ejemplo. Estamos en este mundo para que el mundo sea mejor, y no para sacar provecho de los demás. Mientras vida yo tenga, debo preocuparme por ser el hijo de Dios que más le ame y que más ame a sus hermanos.