Que Dios, rico en Misericordia, nos regale la capacidad de ponernos siempre en el lugar de los más necesitados, para que, por la intercesión de san Narciso, sepamos agradecer nuestros dones y ponerlos al servicio de Él en ellos. Que hoy sea un muy feliz día.
El Domingo tuvimos una caminata mariana por zona pastoral para concluir el mes del Rosario en la Arquidiócesis de Santo Domingo. Hubo que cerrar temporalmente las vías en las que caminábamos, y me preguntaba si estaba bien que hiciésemos eso, si no era un irrespeto a la libertad del otro que no estaba en la caminata. Justamente hoy nos corresponde reflexionar con la Declaración Dignitatis Humanæ (DH) que habla de la libertad religiosa.

Los padres conciliares nos dicen que hoy se destaca y defiende la dignidad humana en las sociedades, y que ella se ve más claramente en la libertad de expresión (cf. DH 1). Por esto, la libertad religiosa es un derecho humano (cf. DH 2) que debe procurar formar una conciencia recta, salvando el justo orden público (cf. DH 3), incluso en la manifestación social de la fe (cf. DH 4). También afirma el Concilio que los padres tienen derecho a educar a sus hijos en la fe que ellos entiendan (cf. DH 5), y es deber de la sociedad civil promocionar esta libertad religiosa, aún se haya dado un reconocimiento especial a alguna comunidad religiosa (cf. DH 6).
Son “los derechos de los otros, los propios deberes para con los demás y el bien común de todos” los parámetros que deben regir esta libertad religiosa (cf. DH 7). Es decir, la educación en la religión debe ser desde la libertad y la responsabilidad (cf. DH 8), y los primeros que debemos obedecer esto somos los cristianos (cf. DH 9), ya que Cristo respetó la libertad de su pueblo y no impuso sus normas, y lo mismo hicieron los apóstoles (cf. DH 11). La Iglesia debe imitar esta actitud de su Señor y sus apóstoles (cf. DH 12), y pide, además, que se le respete esta libertad (cf. DH 13).
Habiendo entendido este concepto de libertad religiosa y cómo esto nos afecta no sólo en nuestros derechos, sino también en nuestros deberes, sólo quiero que nos detengamos en dos frases que pueden resonar con mucha fuerza hoy y ser hasta lapidarias:
  • Primero, “creemos que esta única verdadera religión se verifica en la Iglesia católica y apostólica, a la cual el Señor Jesús confió la obligación de difundirla a todos los hombres” (DH 1). Suena muy impositivo y excluyente. Puede verse como un irrespeto hacia las demás religiones y denominaciones cristianas. Pero el concilio no lo expone como lo leen muchos: fuera del contexto. Para entender esto, hay que conocer la Verdad de la Iglesia. “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí” (Jn. 14, 6). Si Jesucristo es la Verdad, ¿hay acaso otras Verdades? Por supuesto que no. Por más énfasis que queramos hacer en lo relativo y afectivo-emocional del hecho religioso, la Verdad que es Jesucristo sobre un único Dios que es Padre no puede ser relativizada. Y la Iglesia, que se encarga de llevar a Cristo es la única y verdadera religión.
  • Y segundo, “se violan, además, los derechos de los padres […] si se impone un único sistema de educación del que se excluye totalmente la formación religiosa” (DH 5). ¿Acaso no es esto que estamos viendo? El concepto de exclusión de manifestaciones religiosas en los centros educativos es un daño directo a la libertad religiosa. Sin embargo, bajo la falsa libertad y el falso respeto estamos quedándonos callados y permitiendo que se hinche el fariseo (a propósito del Evangelio del Domingo) creyendo que está en lo correcto y no acudimos a la medicina de nuestras almas. Diría san Juan Crisóstomo con esto de quedarnos callados: “Este respeto es propio del diablo. El diablo quiere cerrarte las puertas que dan acceso a Dios” (en De fariseo et de publicano).
La Verdad es Jesucristo dice el numeral 14 de la declaración con la que reflexionamos. ¿Por qué se nos olvida tan fácilmente esto? Defendemos equipos de béisbol o de fútbol como si fueran portadores de la verdad, pero la Verdad, la única Verdad, la razón de ser de todo, que es nuestro Señor, ¿lo dejamos sólo al ámbito religioso? Nuestro trabajo de hoy en adelante es convencernos de que el Señor es la Verdad y, aunque la verdad no se impone, sí debe ser expresada a tiempo y a destiempo.