Buen día, hermanos todos. Que Dios tenga misericordia de nosotros y nos conceda la Gracia de prepararnos adecuadamente para la llegada de nuestro Señor Jesucristo a nuestras vidas, y que, por la intercesión de san Dámaso I, podamos ser verdaderos ejemplos a seguir para otros que buscan la Verdad.
La liturgia de la Palabra de hoy nos propone al verdadero pastor, que hace que sus ovejas sean verdaderamente felices. El Evangelio del Domingo, de esta segunda semana de Adviento, nos lleva a preparar el camino para que el Señor venga a nosotros. Estas dos palabras no están desconectadas entre sí, puesto que nosotros somos ovejas pero, por igual, somos pastores para otros. Un ejemplo de ello son todos y cada uno de los cristianos que, con su buen ejemplo, hicieron que nosotros conociésemos el mensaje. Al concluir hoy con las reflexiones sobre la Constitución Dogmática Lumen Gentium en este Año de la Fe queremos saber para qué nos sirve todo esto.

Como Cristo es la Luz de los pueblos, este Sagrado Concilio, congregado bajo la acción del Espíritu Santo, desea ardientemente que su claridad, que brilla sobre el rostro de la Iglesia, ilumine a todos los hombres por medio del anuncio del Evangelio a toda criatura” inicia la Lumen Gentium. Lumen Gentium cum sit Christus, debemos obrar en conformidad a ello. Es decir, como Cristo es la Luz de los pueblos, no nosotros, no la Iglesia, no los valores, no las buenas obras, no la palabras edificantes, sino Cristo, nosotros debemos transparentar a Cristo. Cuando la Iglesia se transparenta y permite que la Luz de Cristo ilumine al mundo, entonces el mundo cambia. Cuando tú y yo, que somos Iglesia, somos verdaderos testimonios de valores, obras, palabras, etc., entonces los demás encuentran esperanza para seguir adelante y desean conocer aquello que tú y yo conocemos.
Esta vida de ovejas y pastores al mismo tiempo es un Misterio de Dios. Estamos necesitados de ser guiados, pero también los demás se guían de nuestras acciones y palabras. Para evitar que otros caigan, lo único que puedes hacer es permitir que Cristo sea la Luz de los pueblos a través de ti. Este Misterio nos hace dependientes unos de otros, nos hace comportarnos como un cuerpo, mejor como el Cuerpo de Cristo, como el Pueblo de Dios. A la vez, este Pueblo de Dios necesita estar organizado para poder obedecer un solo mensaje, el verdadero Mensaje de Amor de Jesucristo sobre el Padre, y esto ocurre a través de la organización jerárquica que nos ha venido desde hace dos mil años. Una buena oveja obedece a su pastor, y Cristo ha dejado a sus pastores para que nos guíen a las aguas de reposo. No son infalibles estos pastores, excepto cuando permiten que Cristo obre en ellos y a través de ellos.
Nosotros, los laicos, tenemos como misión obedecer y santificar con nuestra obediencia. Nunca inspirará el Espíritu algo que se aleje del sentir de la Iglesia o que lo niegue. Al contrario, cualquiera cosa que un laico o un grupo de laicos realice, lo hace en conformidad con la fe apostólica que sólo se encuentra en la Iglesia. Esto hace que el mundo vea unidad en el llamado universal a la santidad que nos hace Dios. Este llamado puede vivirse de una manera cotidiana por medio de las responsabilidades propias de cada uno, o de una manera radical al renunciar a estos afanes para dedicarse a consagrar el mundo a Dios por medio de las obras de la palabra del Amor; estos que realizan tan grande obra por su testimonio son los religiosos.
Toda la Iglesia, pues, es oveja y es también pastora. Todos nosotros debemos dar testimonio con nuestras vidas para que, habiendo permitido que Cristo nazca en nuestros corazones y crezca hasta ser la Luz de los pueblos, hagamos que Él nazca en los demás que no creen en Él. Esto nos acerca al final de los tiempos, donde sólo por nuestras obras desde la fe podremos ser salvos y sólo obrando por Amor con los demás nos llegará la Gracia del Cielo. Esta índole escatológica se da de manera perfecta en María, que es ejemplo de todos nosotros.
Siendo Cristo la Luz de los pueblos, seamos nosotros el rostro sobre el que se refleja esta Luz. Siendo Cristo la Luz de los pueblos, y no nosotros, no nos ocupemos en aparentar estar bien o n querer estar bien con todos, sino en decir y hacer lo necesario cada vez que lo sea. Lumen Gentium cum sit Christus, permitamos que nuestra vida sea un verdadero testimonio del Amor de Dios. Que nuestra Señora de Guadalupe nos acompañe para que todos seamos, como Ella y como muchos más, testigos fieles de Dios que no amen tanto su vida que teman la muerte. ¡A ser Luz de los pueblos en Cristo!