Buen y santo día, hermanos amados en Dios, nuestro Señor. Que Dios Todopoderoso, que es el único dador de la verdadera Paz, nos mire con agrado, y que, por la intercesión de san Leonardo de Noblac, podamos construir un mundo mejor por medio de la santificación de nuestras vidas.
El Domingo pasado tuve la bendición de impartir un taller de apologética en una comunidad de Santo Domingo, donde conté con la gracia de la presencia de muchos jóvenes. En un momento dado tocamos el tema de las responsabilidades de los presbíteros (curas) nuestros y recordé lo que casi siempre me dicen las personas: “Ese padre nunca tiene tiempo para confesar a uno”, “el padre debería decirle a las personas cómo venir vestidos a misa”, “el padre debe crear comunidades de tal manera y no de la que tenemos”, etc.; y decimos esto de los curas, de los diáconos y de los obispos, incluyendo al papa. ¿Hasta dónde llegan las responsabilidades de la jerarquía de la Iglesia y dónde comienzan la de los laicos? Todos los fieles cristianos que no pertenezcan al orden sagrado y al estado religioso aprobado por la Iglesia somos laicos. Sobre nosotros los laicos es que nos habla el capítulo cuarto de la constitución dogmática Lumen gentium, y sobre esto reflexionaremos hoy.
“A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios” nos dice el numeral 31 de la LG. Si los laicos vivimos en el siglo, es decir, si los laicos participamos de lo que ofrece el mundo, tenemos que hacer de este mundo algo que conozca a Jesucristo. ¡Cuidado! No caigamos en la confusión de creer que todo lo que sucede en el mundo es malo. No podemos aislarnos del mundo, porque estamos en el mundo aunque no seamos de él (cf. Jn. 15, 18-19; 17, 13-16), sin embargo el mundo en el que existimos nos ofrece medios para santificarnos y permite que accedamos a la Providencia divina. A los laicos nos corresponde “iluminar y ordenar las realidades temporales […] de tal modo que sin cesar se realicen y progresen conforme a Cristo y sean para la gloria del Creador y del Redentor” (LG 31). Esto no quiere decir que los obispos, presbíteros y diáconos y los religiosos estén por encima de nosotros o nosotros por debajo de ellos. Merecerles respeto no quiere decir que sean superiores en dignidad o acción común (cf. LG 32); la acción del clero y los religiosos es una, y la acción de los laicos es otra. Los pastores en la Iglesia deben favorecer la acción de los laicos, los laicos debemos fomentar la acción de nuestros pastores, y así el Cuerpo de Cristo crecerá como debe hacerlo.
Nuestra misión como laicos consiste en “hacer presente y operante a la Iglesia en aquellos lugares y circunstancias en que sólo puede llegar a ser sal de la tierra a través de ellos” (LG 33), es decir, en tu trabajo, en tu familia, en tus estudios, en los servicios públicos y privados, en la vida cotidiana estamos llamados a ser coherentes y no creer que la vida diaria nada tiene que ver con Jesucristo. Nuestra misión es hacer que el mundo sea para Dios, que se haga sagrado, es consagrar el mundo a Dios (cf. LG 34). Pero para ello se hace necesario que no seamos cristianos cualesquiera. No podemos darnos el lujo de andar en la ignorancia, en la inopia. No podemos dejarnos llevar por la inercia de la información superficial y no-formativa. Nos hacemos un daño terrible cuando no reflexionamos sobre lo que acontece y sobre las realidades que nos rodean. “Por ello, dedíquense los laicos a un conocimiento más profundo de la Verdad revelada y pidan a Dios con instancia el don de la Sabiduría” (LG 35). Si conocemos estas realidades, dejaríamos de ser cristianos que se quejan tanto, que exigen tanto y que pretenden que la Iglesia sea paternalista para el trabajo pesado y que no sea entrometida para las demás cosas. ¿por qué han tenido nuestros obispos que opinar en cuestiones políticas, sociales, antropológicas, morales y demás? Porque, primero, les corresponde, y porque, segundo, no hemos sido laicos verdaderos capaces de “sanear las estructuras y los ambientes del mundo cuando inciten al pecado, de manera que todas estas cosas sean conformes a las normas de la justicia y más bien favorezcan que obstaculicen la práctica de las virtudes” (LG 36).
Los laicos estamos llamados a exigir cambios en ciertas actitudes de algunos integrantes de la jerarquía de la Iglesia, y es nuestro deber hacerlo con humildad desde el conocimiento que tenemos gracias al medio laboral o académico en el que nos desenvolvemos, pero para ello primero hay que ser obedientes (ob, confrontar; audire, escuchar) con lo que nos plantea la Iglesia, es decir, hay que saber escuchar. La responsabilidad mayor de que el mundo conozco a Jesucristo y seamos mejores seres humanos con valores humanizantes recae sobre los laicos y no sólo sobre el clero y los religiosos. Más somos los laicos y, por tanto, mayor es nuestra responsabilidad. En nuestras familias, en nuestras escuelas y universidades, en nuestros trabajos (sean públicos o privados), en nuestra realidad cotidiana, ahí nos corresponde a nosotros consagrar el mundo a Dios. Diría san Juan Crisóstomo en su epístola a Diogneto: “lo que el alma es en el cuerpo, esto han de ser los cristianos en el mundo”.