Buen día, hermanos y hermanas en el Señor. Que Dios bondadoso y clemente, que se fija en los que tienen deseos sinceros de encontrarse con Él y sale al encuentro de los más pequeños, por la intercesión de san Gregorio de Nisa, nos conceda la gracia de ver Su Luz, para que podamos ser llenos de la Verdad que se manifiesta en plenitud en Jesucristo, Su Hijo, nuestro Señor.
Todos estos días son días para conocer a Jesucristo; nunca hay un día en el que Dios no haga cosas con Sus hijos, aunque Sus hijos no se percaten de ello. Todo tiempo es tiempo de manifestación y, por lo tanto, una epifanía de Dios con nosotros. Y eso fue lo que les tocó vivir a los apóstoles una vez Jesucristo iniciara Su vida pública. El Domingo pasado celebramos la fiesta del Bautismo del Señor, que es la manera en la que el ministerio de Jesucristo se hace público y en la que Dios manifiesta Su complacencia con éste, Su Hijo (cf. Lc. 3, 22b). Luego de esto, fue necesario que Jesucristo buscara unos hombres que fueran según Él quería, esto es, que, después de haber subido a la montaña, “llamó a su lado a los que quiso” (Mc. 3, 13). Él no llama sólo a los que tienen mejores aptitudes, ni a los que tienen “facilidades” para desenvolverse en ciertas circunstancias, sino que llama a los que quiere, a los que Él entiende que son mejores, porque, siendo Dios, conoce los corazones de Sus hermanos (cf. Hch. 1, 24).
Dos discípulos de Juan el Bautista creían fielmente en que Juan no era el enviado, porque Juan tenía la humildad de reconocer esta verdad. Cuando el bautista les mostró al Mesías, afirmando “Este es el Cordero de Dios” (cf. Jn. 1, 36), ellos se mostraron interesados y le siguieron. Jesús se dio cuenta de que le seguían ellos dos y les preguntó qué querían, y ellos le preguntaron: “Rabbí –que significa maestro–, ¿dónde vives?” (cf. Jn. 1, 38). Con esta pregunta se resume toda nuestra vida, ya que nuestra vida completa se dirige a conocer dónde vive, dónde habita, dónde se desenvuelve, Jesucristo. Esta morada del Señor es a la que hacía referencia el mismo Juan evangelista unos versos anteriores: “Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (v. 14); sin embargo, esta Palabra “vino a los suyos, pero los suyos no la recibieron” (v. 11), sino que sólo unos pocos la aceptan (cf. v. 12) y éstos son transformados por ella (cf. v. 13). Este lugar donde habita Jesús está entre nosotros, pero no podemos percibirlo porque primero debemos ser transformados. Por ello es que la respuesta de Jesús a esos dos discípulos fue “Vengan y lo verán” (v. 39a).
Según el evangelio según san Juan, el primero en conocer a Jesús fue Andrés, el hermano de Simón Pedro, y el primero buscó al segundo para llevarle a conocer al Mesías. Desde que Jesús lo miró le dio una misión: “Te llamarás Cefas” (cf. Jn. 1, 42), esto es: serás la piedra. Según el evangelio de Marcos, llamó a Simón Pedro y a Andrés primero, que estaban pescando, y les dijo que los haría pescadores de hombres. Interesantemente, en las listas de los evangelios, el que encabeza siempre es Pedro, quien, aunque sea mencionado con el nombre de Simón, siempre se hace la aclaración de su nuevo nombre y misión: Pedro. Esto nos refleja que los apóstoles respetaron el llamado que hizo Jesucristo con cada uno, de manera especial con Pedro, a quien lo puso como firme cabeza de los suyos. El llamado de los Doce, al igual que el nuestro, es uno que viene con responsabilidades y que merece nuestro respeto.
Jesús ha llamado a los que quiso, y a ellos les dio la responsabilidad de seguir haciendo lo que aprendieron de Él (cf. Mc. 16, 15-18). Jesucristo sabía perfectamente que esos pescadores, publicanos, recaudadores de impuestos, y demás eran capaces de dejarse utilizar por el Espíritu que luego recibirían con la Resurrección del Señor y podrían hacer que la empresa de Jesucristo siguiera hasta nuestros días. Quien piense lo contrario, está pensando en contra del Señor, ya que Éste fue quien confió en ellos y Él es quien ha confirmado todo a través de signos y milagros en personas santas que conforman la Iglesia. Escucha verdaderamente la voz del Señor y verás que el llamado tuyo y el de tus hermanos es una responsabilidad grande que permite construir el Reino de los Cielos entre nosotros.