Buen día, hermanos y hermanas. Que Dios derrame todo Su Amor en este día, para que, por la intercesión de san Valentín, san Cirilo y san Metodio, podamos hacer el compromiso real de dar a conocer Sus obras en nosotros y, así, alcancemos con ellos la gloria celestial.
Cuando Jesucristo llama es necesario que demos una respuesta. Tan pronto existe la atención de nuestra parte de escuchar la voz suya, surge también la relación con Él. La relación real con Jesucristo es aquella que no contradice para nada la fe de la Iglesia, que es el cuerpo de Cristo, sino que mejor la exalta con testimonios y obras. Estas obras implican renuncias a gustos y actitudes, renuncia esta que facilita la acción de Dios en lo interior de nuestras vidas, y podemos presenciar milagros como curaciones, expulsiones demoníacas, resucitaciones, debido a la luz que hemos recibido al permitir que Dios sea Dios. Pero, a final de cuentas, una adecuada aproximación a los sacramentos, que son las fuerzas sanadoras que brotan del Cuerpo de Cristo, es consecuencia de este encuentro con el Señor. Si hemos vivido este proceso de cambio, de conversión, de metanoia, conoceremos a la Persona de Jesús.

¿Qué habrán visto los dos discípulos de Juan el bautista cuando fueron con el Maestro a ver dónde vivía? ¿Qué conocieron al quedarse con Él en su casa? Vieron y conocieron la persona de Jesús. Ellos conocieron un hombre que era verdaderamente hombre: sin miedos ni complejos, defensor de la Verdad, misericordioso y justo, siempre pensando en el bien del otro y no en el suyo, dispuesto a gastarse con tal de que todos vieran que la realidad divina sigue siendo una realidad humana, y se manifiesta en nosotros a cada momento. Ellos vieron todo en Jesús, aunque no lo comprendieron. Eso nos dejaría pensando: ¿Acaso los demás ven en mí al Señor y buscan estar conmigo porque crecen en Misericordia, Justicia, Prudencia, Templanza, Fortaleza, Fe, Esperanza y Amor? ¿O soy tan ambivalente que quienes pasan tiempo conmigo se confunden más? Hay quienes ven al Señor en nosotros y, como los discípulos de Juan, nos preguntan “¿dónde vives?”, pero hemos sido tan incoherentes en nuestro camino de fe que no nos atrevemos a decirles que vengan y vean al Señor.
Todo este tiempo ordinario hemos ido conociendo la Persona de Jesús, y Él ha ido revelándose poco a poco con sus palabras, con sus gestos, con sus obras. Jesucristo nos enseña a reconocerlo como el esposo de camino al matrimonio (cf. Mc. 2, 18-22), que es motivo de alegría, que es motivo de reflexión, que es motivo ocupaciones; y nos muestra que la persona humana está por encima de cualquier norma, excepto cuando la norma misma, que es pedagogía divina en manos de los hombres, procure el bien de la persona y su adecuada convivencia (cf. Mc. 2, 23-24). Jesucristo nos muestra que la misericordia siempre está por encima de la justicia y que las leyes deben adaptarse a las realidades humanas, pero nunca eliminarse ni por indiferencia ni por anarquía (cf. Mc. 3, 1-6); nos dice que las realidades humanas, al ser nosotros hechos a imagen y semejanza de Dios, trascienden y alcanzan la eternidad, por lo que ofender a un hermano es ofender a Dios y ser benigno con un hermano es ser benigno con Dios (cf. Mc. 4, 21-23); y nos educa en la fe recordándonos que sólo Dios debe ser el centro de nuestras vidas (cf. Mc. 4, 26-34) porque sólo Él, el Señor, es a quien todo lo creado obedece (cf. Mc. 4, 35-41).
Jesucristo es Dios y es hombre, y por Él y sólo por Él el Amor de Dios alcanza la plenitud en nosotros, y podemos ser divinizados con Él. Nuestra verdadera condición humana estaba destinada y sigue estando destinada a ser con Dios, pero la desobediencia nos lleva a la concupiscencia, la concupiscencia al pecado y el pecado a la muerte. ¿Qué tuvo Dios que hacer por Amor a nosotros? Darnos a Jesucristo, único hombre verdadero y con razón Él se hace llamar “el hijo del hombre”, que nos abre nuevamente el camino a Dios que nosotros habíamos cerrado. Podemos llegar a Dios sólo por Jesucristo, y Él se acerca a ti de maneras misteriosas. Cuando Él llama, nuestra alma parece enloquecer y quiere dejarlo todo y hacer más, y entregar más, y volverse más hacia Él, porque nuestra alma sí sabe lo que es la verdadera condición humana. Por ello, cuando quieras conocer la persona de Jesucristo de manera definitiva en tu vida, escúchale y no lo ignores, pero da una respuesta adecuada. Así es el camino de vocación, así es el camino de santidad, así es el camino del Amor.