Buen día, amados hermanos en el Señor. Que Dios Todopoderoso y Eterno, que ha hecho de nosotros seres llenos de Amor y capaces de trascender más allá de nuestras limitaciones humanas, nos regale el don de la humildad y la generosidad, para que, por la intercesión de san Maximiliano Kolbe y los méritos de Su Hijo Jesucristo, logremos cada vez más acercarnos a la Verdad de Su Amor.
La Palabra de Dios sigue hablándonos a lo largo de este mes acerca de que Jesucristo es el Pan de Vida, que Él es la Eucaristía, que hay que comer Su Cuerpo y beber Su Sangre para poder acceder a la Salvación. Y ya veíamos cómo muchos de nosotros estamos en la misa con el cuerpo pero no con la mente y el corazón. Pero quiero que reflexionemos hoy sobre todos aquellos que sí tenemos la mente y el cuerpo unidos, pero los tenemos pendientes de otras situaciones irrelevantes. Quiero que reflexionemos sobre aquellos personajes que se han convertido sólo en apariencias de cristianos, quiero que reflexionemos sobre los cristianoides.
Se supone que el cristiano de verdad es aquel que se fija en las necesidades del prójimo para ayudarlo. Pues, en no pocas ocasiones, podemos encontrarnos con creyentes que van a misa para eso mismo, pero eliminando las palabras “para ayudarlo”. Peor aún, en muchas ocasiones soy yo mismo quien me fijo en las necesidades del prójimo y punto. Me viene fácil fijarme en la manera de vestir de tal o cual persona, la manera de actuar, los gestos y la manera de responder de los hermanos cercanos –y, para empeorar aún más las cosas, hasta los bien distantes–, me viene muy fácil fijarme en que el hermano no está haciendo lo debido y logro que el prójimo sea mi centro de atención. Si este gesto fuera hecho con amor hacia el prójimo, me llamaría orgullosamente cristiano; pero, como sólo me fijo en lo que a mí me molesta, soy un cristiano de apariencia, tratando de disfrazar mi egoísmo con el cristianismo, debería llamarme cristianoide.
Cuando somos cristianoides, hacemos un daño terrible a los demás y a nosotros mismos. Nos contamos la historia de que hay que cuidar el decoro y la dignidad de la celebración eucarística y nos olvidamos de que no puede haber una correcta celebración de tal sacramento si no hay un debido respeto hacia los demás que celebran. Es cierto que debe haber un debido respeto hacia el sacramento eucarístico, el sacramento de los sacramentos, pero nunca debemos poner la ley por encima del ser humano. “El shabbat ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el shabbat” (Mc. 2, 27) nos recuerda Jesucristo. Te aseguro que aquel hermano que se comporta de manera inadecuada en la celebración eucarística lo hace por desconocimiento, no con intención, y, como no hay intención, no puede ser considerado pecado grave (Cf. CIC, 1857-1860). Si Jesucristo es capaz de perdonar este tipo de falta, ¿por qué tú no?
Hemos logrado que nuestras Eucaristías se llenen de cristianoides porque nosotros mismos hemos propiciado este tipo de actitud en nosotros, en nuestras comunidades, en nuestras parroquias. No debe nunca rechazarse a alguna persona mal vestida en la celebración si el párroco o el catequista o el maestro de ceremonia no se han encargado de expresar la importancia que reviste la celebración de tan grande sacramento. No hay por qué ser permisivos en exceso con cuestiones en contra de la liturgia, pero tampoco hay que aplastar la dignidad humana del prójimo que ignora la situación sencillamente porque eres alguien con más conocimiento. Como eres alguien con tanto conocimiento, sobre ti debe caer la culpa de la ignorancia del prójimo, ya que tú no te has acercado a él para corregirlo y enseñarle con Amor cómo deben hacerse las cosas.
¿Cómo puedes lograr que estos cristianoides abandonen las misas al convertirse con sinceridad de corazón al Evangelio de Amor de nuestro Señor Jesucristo? Viviendo tu fe como lo manda la ley de Dios y la Iglesia, y propiciando espacios de diálogo fraterno para que los que no conocen cómo vivir la fe aprendan a vivirla, para que los que se fijan en aquellos que desconocen la fe empiecen a buscarse con Amor, y para que tú dejes de desconcentrarte tanto en la Eucaristía y aprendas a vivir el misterio. Dejemos esta falsedad innecesaria de ser personas que disfrazamos bajo el título de “el celo por la casa de Dios” nuestras obsesiones y egoísmos. Seamos cada día más auténticos cristianos que buscamos de corazón aquello que el Señor nos pone: amarlo, buscarlo, comulgarlo, compartirlo.