Buen día, hermanos en Cristo Jesús, Señor nuestro. Que Él sea nuestro modelo a seguir en cada aspecto de nuestras vidas, sobre todo en el testimonio que damos, para que, por la intercesión de san Francisco Javier, nuestros trabajos, familias y estudios sean convertidos por nuestro ejemplo.
Hoy recordamos a san Francisco Javier, jesuita evangelizador. A propósito de la evangelización, quiero que nos detengamos a reflexionar con la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium escrita por el papa Francisco y de reciente publicación, específicamente en el número 14.
En este número, el santo padre destaca tres ámbitos o lugares de acción de la nueva evangelización: los bautizados de práctica intensa, los bautizados que no viven una fe acorde a ese Bautismo, y los que no conocen o no quieren conocer a Jesucristo. Para muy pocos de nosotros estos tres ámbitos son de reciente conocimiento. Siempre trabajamos con los dos últimos, y nos olvidamos de los primeros.
Los que no conocen o no quieren conocer a Jesucristo tienen que percibir en los evangelizadores un testimonio coherente entre la fe que se profesa, la que se celebra, la que se vive y la que se ora. Pero, al parecer, cualquiera que decide educarse en su Fe y optar por abrazarse a los lineamientos de la Iglesia como Madre y Maestra es un cerrado y un “racional” (esto último lo dicen de manera despectiva). Por ello, en muchas ocasiones, los que usan la razón para evangelizar son rechazados por los más “espirituales”.
Los bautizados que no viven una fe acorde a su Bautismo, por igual, necesitan coherencia, pero no ya sólo que se les muestre la coherencia, sino que se les enseñe a ser coherentes. Nueva vez se hace difícil que ellos vean a la Iglesia como Madre, porque la que mostramos los evangelizadores es a una mala Madrastra que impone reglas. Debemos amar la Iglesia para poder mostrar a Jesús, y esto lo confirma el evangelio de hoy cuando dice que “ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban” (Mc. 16, 20).
Los bautizados que llevan una fe propia de un hijo de Dios serían los menos. No nos mintamos haciéndonos creer que todo anda bien. ¿Cuántos de nosotros apoyamos las uniones homosexuales, el aborto, la contracepción? Y ni hablemos de aquellos que consideramos que ser católico o ser de cualquier denominación cristiana es lo mismo. Si nos llevamos, por ejemplo, del Catecismo de la Iglesia Católica, ¿cuántos somos verdaderos bautizados que llevan su fe conforme a su Bautismo? Con razón el Bautismo era tema central en los mensajes de Benedicto XVI: es indispensable vivirlo.
El primer reto para el evangelizador es creerse su Fe y vivirla. No puede ser que vayamos creando evangelizadores a vapor, que, al final, no saben evangelizar bien porque no conocen verdaderamente su Fe. Diría santo Tomás de Aquino que primero hay que llamar la atención a los que enseñan el error, y luego llamar la atención de la gente que les hace caso a esas enseñanzas (cf. Comentario a la primera epístola de san Pablo a Timoteo).
De nada nos sirve tener una Iglesia llena si quienes la llenan son personas que no buscan santificar sus vidas por el ejemplo de sus pastores. Es cierto que la Iglesia no es un museo de santos, sino un refugio de pecadores, pero “la gloria de Dios es que el hombre viva” (san Ireneo de Lyon) y la Vida es la antítesis de la muerte que es fruto del pecado. Evangelizar implica enseñar a guardar lo que Él nos ha enseñado (cf. Mt. 28, 19-20), pero primero hay que haberlo aprendido.