Que este día y toda esta semana sea una de autoconciencia y de sano juicio. Pidamos juntos a Dios que nos enseñe a caminar por caminos de misericordia y de justicia, para que, por la intercesión de san Nicolás de Tolentino, sepamos distinguir el trigo de la cizaña y podamos ser parte de los segadores de Dios.
Tuvimos ciertos inconvenientes de salud la semana pasada, y, aunque en esta no hemos mejorado mucho, sí hacemos el frente a la hora que sea necesaria para llevar el mensaje de Verdad al pueblo de Dios que lo necesita.
Como hemos visto, ya concluimos con las reflexiones de las Constituciones del Concilio Vaticano II, pero no hemos terminado con el Concilio mismo. Aún faltan decretos, declaraciones y mensajes, que es tiempo útil en este todavía vigente Año de la Fe. Hoy queremos reflexionar con los primeros cinco decretos: Christus Dominus (ChD), sobre el papel de los obispos; Presbyterorum Ordinis (PO) y Optatam Totius (OT), sobre el papel de los presbíteros y su formación; Perfectae Caritatis (PC), sobre los religiosos en la Iglesia; y Apostolicam Actuositatem (AA), sobre el apostolado de los laicos. Recomendamos encarecidamente leerlos, y luego reflexionar con nosotros.

Todo un escándalo lo del obispo de Saltillo, México, Mons. Raúl Vera con sus burlas a la doctrina de la Iglesia y su irrespeto a las autoridades. Ni se diga lo del ex-nuncio para la República Dominicana y Puerto Rico, Mons. Josef Wesolowsky, con las acusaciones de depravaciones sexuales. No hablemos de los líos con los presbíteros (los curas) que se disfrazan en la Liturgia, que tienen relaciones sexuales, que abusan de niños y niñas, que acumulan dinero, los que apoyan posturas anti-Iglesia, como los jesuitas de ciertas universidades de Suramérica… Los religiosos, como el caso de la benedictina Teresa Forcades, que se adueñan del mensaje de Jesucristo y ya no proclaman el Evangelio sino un pseudangelio. Los escándalos de laicos que roban dinero bajo la excusa que es para “evangelizar”, o montones de daños a la moral…
Procuren los Obispos promover la santidad de sus clérigos, de sus religiosos y seglares, según la vocación peculiar de cada uno, y siéntanse obligados a dar ejemplo de santidad con la caridad, humildad y sencillez de vida” (ChD, 15). ¿Qué pasa con nuestros obispos? Estamos dejándolos solos, con todo el trabajo de apacentar un rebaño y, además, enfrentar a los lobos de dentro y de fuera del rebaño. ¿Acaso no es deber de los laicos cuidar de todos sus hermanos y, además, orar por sus gobernantes (cf. 1Tim.2, 1-2)? Obispos, ¿no son acaso ustedes hermanos que nos preceden en la fe y que deben ser coherentes con los que viven y lo que profesan (cf. 1 Tim. 3, 2-8)?
Los presbíteros […] contribuyen a un tiempo al incremento de la gloria de Dios y al crecimiento de los hombres en la vida divina” (PO, 2). ¿Qué sucede con nuestros curas? Nos enseñan cosas ajenas a la fe, no enseñan a vivir en paralelo a nuestros obispos, nos guían por caminos falsos de sólo emociones. Los hemos dejado solos. Ellos tienen que enfrentar sus miserias y las de los demás. No tienen a nadie, y casi siempre caminan solos. ¿Acaso no es deber de los laicos obedecer a los presbíteros como si fueran el colegio de ancianos que está ante la presencia de Dios (cf. Epist. ad Esm., 8-9, san Ignacio de Antioquía)? Es en ellos que se deposita la esperanza de la Iglesia y la salvación de las almas (cf. OT, conclusión).
¿Qué decir de los religiosos y los laicos? Los primeros han consagrado a Dios completamente su voluntad, y así se unen a la voluntad salvífica de Cristo (cf. PC, 14); y los segundos sirven a Dios y a la Iglesia a través de sus apostolados, pero con una formación multiforme y completa (cf. AA, 28). ¿Qué es lo que estamos haciendo? Cada cristiano debe gritar un mea culpa ante todo el mundo y hacerse responsable de los males del mundo y de la Iglesia, porque, si fuésemos verdaderos profetas, no nos quedásemos sentados en nuestros hogares juzgando las noticias.
Este Año de Gracia del Señor no ha concluido, y aún estamos a tiempo de resarcir nuestras malas obras y malas omisiones. Dejemos que los muertos entierren a sus muertos, es decir, dejemos que los pecadores empedernidos se ocupen de pecar, y vayamos nosotros a caminar conforme a la Voluntad de Dios: dando testimonio a los hermanos mayores y menores en la Fe. Todos necesitamos de ti.