Que la misericordia de Dios venga sobre nosotros como lo esperamos de Él, y que, por intercesión de san Pío de Pietrelcina y de la Santísima Madre María bajo la advocación de las Mercedes, pongamos esa misericordia que recibimos al servicio de los demás.
En el día de ayer tuve en mis manos un escrito del licenciado José María Baamonde, fundador del Servicio para el Esclarecimiento en Sectas (SPES), gran estudioso del fenómeno de las sectas y los nuevos movimientos religiosos. En el artículo titulado “Razones de la Adhesión” se puede leer el siguiente texto: “También podemos observar estas actitudes […] en aquellos que toman las Sagradas Escrituras como un libro oracular, abriendo la Biblia en cualquier lado y al azar, tomando la lectura de un versículo descontextuado, como un mensaje personal de Dios para ese día”. Y, a propósito de esto y del mes de la Biblia, quisiera que reflexionemos sobre la manera en la que nos aproximamos a la Sagrada Escritura.

Me llega a la mente la segunda carta de san Pedro, que dice: “Pero tengan presente, ante todo, que nadie puede interpretar por cuenta propia una profecía de la Escritura” (2 Pe. 1, 20). ¿Está bien que los laicos tomemos la Sagrada Escritura y la interpretemos como queramos? Hace mucho —y, no seamos ingenuos, también todavía al día de hoy— se le criticaba a la Iglesia de tener un monopolio de la Biblia, es decir, los laicos casi no tenían acceso a ella. Y, como grito de independencia, muchos ven con desdén tal esclavitud y alaban el manejo que tenemos ahora de ella.
La Biblia no tenía un uso limitado entre los laicos, ya que había lugares en donde podía ir a leerse la Sagrada Escritura, pero luego era debidamente interpretada según el Magisterio de la Iglesia por los obispos, presbíteros y diáconos y cualquier religioso que hubiera realizado estudios en este sentido. Sin embargo, para los años 1500 hubo un afán desmesurado de leer la Biblia e interpretarla según las realidades de cada uno. Esto trajo consigo una de las “reformas” de Martín Lutero, quien, además de todo, se atrevió a decir algo que era totalmente ajeno a la fe cristiana: sólo la Sagrada Escritura tiene autoridad para la fe y la práctica cristiana.
La reforma en Trento limitó, pues, este uso. Por supuesto, la fe católica se vio limitada por esta decisión, pero es consecuencia lógica de querer manipular la Palabra de Dios. Durante siglos la Iglesia Católica fue en extremo celosa con la Sagrada Escritura, hasta que llegó el Concilio Vaticano I, y luego el Vaticano II, y permitieron un mayor uso de la misma, pero con la salvedad de una interpretación dentro del Magisterio. ¿Por qué esto? Porque es incorrecto querer interpretar los textos de hace dos mil años o más con la mentalidad de más de 20 siglos más tarde. “Y como la Sagrada Escritura hay que leerla e interpretarla con el mismo Espíritu con que se escribió para sacar el sentido exacto de los textos sagrados, hay que atender no menos diligentemente al contenido y a la unidad de toda la Sagrada Escritura, teniendo en cuanta la Tradición viva de toda la Iglesia y la analogía de la fe” (DV, 12).
Si interpretar la Sagrada Escritura como nos sintamos hoy está incorrecto, imagínense lo cuasi-herético que es abrir la Biblia al azar y colocar un dedo a ver cuál es mi azar para el día de hoy. La mentalidad modernista —y uso este concepto como lo utiliza el papa san Pío X en su encíclica Pascendi en la que condena el modernismo— ha permeado la Iglesia, y ahora creemos que la salvación es individual, que para orar es mejor la oración personal, que los momentos en la capilla del sagrario son mejores que la Eucaristía… El que piensa y actúa en la fe como individualista, mata a la “asamblea en presencia de Dios” (cf. CIC 751). Pero esto que acabo de decir rechina en nuestros oídos modernistas que tiene un afán liberacionista y egoístamente libertino.
En conclusión, no podemos interpretar la Sagrada Escritura como queramos. “Cuando vayas a orar, entra en tu aposento” (cf. Mt. 6, 6) no quiere decir que te aísles para orar. ¿Qué significa? Lo que más hay es textos que lo explican. Siempre recomiendo la Catena aurea, compendio de Santo Tomás de Aquino sobre las explicaciones a los evangelios por parte de los Padres de la Iglesia. Seamos Iglesia, seamos comunidad, seamos verdaderamente uno en Cristo, como Él le ha pedido a Su padre (Cf. Jn. 17).