Buen día para todos ustedes, hermanos y hermanas amadas en Jesucristo, nuestro Señor. Pedimos en este día a Dios que siga iluminándonos con Su Amor y Su Sabiduría para que, por la intercesión de san José María Escrivá de Balaguer, seamos fieles ejemplos de lo que Él hace en nosotros y no tengamos miedo de mostrarlo a todos.
Se ha visto en muchos lugares una especie de división entre los católicos, sobre todo los jóvenes: unos prefieren cierta “libertad en el espíritu” y prefieren las emociones por encima de la fe, y otros se han encontrado con la fe razonada y vivida, pero no apelan a las emociones. Los primeros creen que quienes utilizan el cerebro para estar más cerca de Dios están apostatando de la fe en Jesucristo; los segundos, se han distanciado de los grupos de oración y comunidades de fe y quieren sólo aprender cosas. Sin embargo, ha habido un tercer grupo que reconoce que la fe que libera es aquella que implica la integralidad humana y pasa por la razón para que afecte y cambie toda la vida. Entre estos es que debemos procurar estar.
Nos dice el Instrumentum laboris del Sínodo de la Nueva Evangelización para la Transmisión de la Feque hay transformaciones sociales que son muy obvias y que el creyente no puede pasarlas por alto. Estas transformaciones sociales y culturales ameritan una confrontación de parte de los que creemos. Sin embargo, para saber confrontar y reconocer que la Verdad de Dios es inmutable, es necesario conocer la Fe primero antes de entrar en diálogo con los cambios que propone la sociedad y el mundo. Sin embargo, esto no ha sucedido, porque venimos de generaciones de comunidades post-conciliares que han presupuesto la fe y que se fijan sólo en la parte social del Evangelio de Jesucristo o en la parte individual de la Redención. Por ejemplo, no es bien vista una educación continuada en la fe cristiana, hasta tal punto que se ve la vida de fe como un accesorio de una vida normal, que hace al ser humano un poco más optimista, con menos estrés, con lugares de desahogo. Esto podemos verlo con mayor más frecuencia que hace unos años, y los culpables somos nosotros mismos.
Afirma el beato Juan Pablo II en la encíclica Redemptoris missio, que anunciar nuestra fe renueva a la Iglesia, refuerza a la fe misma y a la identidad cristiana, y da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones para seguir anunciándola (no. 2). “¡La fe se fortalece dándola!”, dice Juan Pablo II en el mismo documento. Siendo esto una realidad inequívoca del beato papa, ¿no seríamos los que no anunciamos la fe los culpables de que la fe nuestra y la de los demás haya venido debilitándose? Si eres alguien que está profundizando en tu fe, ¿qué te impide estimular en los demás el deseo de que también la conozcan? Sabemos que hay una desorientación en muchas de nuestras comunidades gracias a los cambios socioculturales que están ocurriendo, y, como afirma el Instrumentum laboris, “se traduce en formas de desconfianza hacia todo aquello que nos ha sido transmitido acerca del sentido de la vida y en una escasa disponibilidad a adherirse en modo total y sin condiciones a lo que nos ha sido entregado como revelación de la verdad profunda de nuestro ser” (no. 7), pero esto no es una impedimento ni una excusa para dejar de llevar el mensaje. El “fenómeno del abandono de nuestra fe” del que habla este documento tiene como característica muy marcada la comprensión de la fe como algo íntimo e individual. Esto debe ponernos en alerta cada vez que vemos a un hermano pensar de esta manera, ya que está encaminándose indefectiblemente al abandono de la fe.
Ante un mundo en el que el bienestar económico o la aspiración a éste y el consumismo “inspiran y sostienen una existencia vivida como si no hubiera Dios” (Christifideles laici, 34) no podemos permanecer en silencio ni permitir que la fe sea relegada a la esfera individual. Debemos hacer un frente rico en valores y principios que, primero siendo vividos por nosotros, puedan dar esperanza a los que buscan con ansiedad llenar sus vidas con la verdad. El anuncio de la Fe no es ya sólo para quienes nunca han escuchado de Dios, sino que “se está volviendo cada vez más necesario […] para gran número de personas que recibieron el bautismo, pero viven al margen de toda vida cristiana; para las gentes sencillas que tienen una cierta fe, pero conocen poco los fundamentos de la misma; para los intelectuales que sienten necesidad de conocer a Jesucristo bajo una luz distinta de la enseñanza que recibieron en su infancia” (Evangelii nuntiandi, 52). Si esto no realizamos, somos directamente responsables de la falta de fe en el mundo.