Buen día, hermanos y hermanas en el Señor. Padre de Bondad, que por medio de tu Gracia nos has hecho hijos de la luz, por la intercesión de santo Tomás apóstol, concédenos vivir fuera de las tinieblas del error y permanecer siempre en el esplendor de la Verdad (adaptado de la oración colecta del Domingo XIII).
Continuamos con la reflexión que hacemos junto con el Instrumentum laboris del Sínodo de la Nueva Evangelización para la Transmisión de la Fe Cristiana, que tendrá lugar al iniciar el Año de la Fe convocado por Benedicto XVI. Esto no es un relleno en las reflexiones semanales que hacemos, sino que es necesario reflexionar en todo este gran año que nos espera, y el Instrumentum laboris es la mejor herramienta que Dios nos ha ofrecido en este sentido. ¿Cómo podemos dar a conocer el mensaje de Jesucristo si no evangelizamos? ¿Cómo evangelizaremos si no reconocemos las realidades religiosas y culturales que nos rodean? ¿Cómo reconoceremos estas realidades si no conocemos nuestra propia fe? “Dichosos los que crean sin haber visto” (Jn. 20, 29c).
El capítulo segundo del Instrumentum laboris reconoce que ahora es el tiempo para la evangelización, y además reconoce que lo que ha cambiado no es el Dios que anunciamos, ya que el Espíritu Santo es el mismo siempre (cf. no. 41), sino el lugar donde se anuncia; como diría Benedicto XVI, hay un cambio en lo que se considera sagrado, en la relación con Dios, en el reconocimiento de Jesús como Salvador, en el concepto de vida, de muerte, de familia (cf. Carta Apostólica Ubicumque et Semper). Por ello, lo que debe cambiar no es el mensaje, sino la manera en la que se anuncia este mensaje. La nueva evangelización no consiste en una reevangelización, nos dice el texto, sino en una evangelización “nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión” (Juan Pablo II ante la XIX asamblea del CELAM, 1983). ¿Por qué debe haber una nueva evangelización? Es obvio. Nosotros mismos nos hemos encargado de debilitar la fe de nuestras comunidades cuando decidimos permitir que se introduzcan errores de fe y de moral, cuando no respetamos nosotros mismos el Magisterio de la Iglesia al hablar sólo de la Biblia como fundamento de nuestra fe –cuestión esta que llega a rayar con la herejía–, cuando nos quedamos con la opción de pertenecer a la Iglesia como una decisión privada e individual y no comunitaria… Cuando dejamos de ser verdaderos católicos, ahí permitimos que los demás dejen de serlo también.
Hay escenarios en los que nuestra fe debe ocuparse de ser testimonio: la cultura de la secularización (en la que el hedonismo y el consumismo se encargan de talar los valores humanos), el fenómeno de la migración y la globalización, las crisis económicas y políticas y todos sus cambios de paradigmas, y el avance de la ciencia y la tecnología (que hemos permitido que se convierta en la nueva “religión” individualista y despersonalizante en nuestras sociedades). ¿Y cómo un católico puede ser luz en medio de una oscuridad que se expande rápidamente? No nos hagamos los tontos. A través de esos medios que utilizan los de malas intenciones podemos nosotros procurar expandir el Bien y la Verdad, que sólo están en Dios. Sin embargo, esto debe hacerse con cuidado, ya que estos medios de comunicación suelen fomentar la individualización de los grupos (paradójico esto, considerando que existen las redes sociales), la emocionalización de la información, la desvalorización de las relaciones, la hiperautonomía de los individuos, y la desmemorización de las sociedades gracias al inmediatismo. Sin embargo, el Evangelio siempre busca la integridad y la integración de las personas, y ahí es que debemos fundamentar nuestros anuncios.
Al parecer, la vida religiosa, es decir, tener la religión como una respuesta a Dios, se ve cuesta arriba para muchas personas. Ser religioso no se ve como liberador, y por ello permitimos que surjan las sectas cuyos rasgos dominantes son las emociones, lo psicológico, el afán por el éxito y la prosperidad. No podemos permitirnos que los tonos agresivos y proselitistas de las sectas sean los que utilicemos para demostrar nuestra Fe, ya que esas sectas surgen de las carencias humanas y sólo llevarán al vacío (cf. no. 66). ¿Qué podemos hacer si queremos que el mundo entero escuche el mensaje? Diría Juan Pablo II en la Redemptoris Missio: “La misión ad intra es signo creíble y estímulo para la misión ad extra, y viceversa”. Si queremos que el mundo entero conozca de la Fe en Jesucristo, de la Verdad Plena, del Amor de Dios, entonces ocupémonos primero de conocer nuestra Fe, para poder así llevar un mensaje coherente, vivido y vivible para todos los que nos rodean.