Buen día, hermanos y hermanas que el Señor llama con Amor de Padre. Que en esta semana el Amor de Dios se manifieste grandemente en nuestras vidas, que Su Misericordia sea la razón por la que podamos dar testimonio de lo que Él hace en nosotros, y que, por la intercesión de san Alejo y santas Justa y Rufina, quienes dieron su vida en Amor a Dios, podamos nosotros renunciar a todo aquello que nos impide ser verdaderamente testigos de ese Amor y esa Misericordia del Padre.
Hace casi cincuenta años fue convocado el Concilio Vaticano II, que dio como fruto unos documentos valiosísimos para la Iglesia y el mundo. Uno de ellos es la Gaudium et spes (GS), la cual, en su numeral 44, afirma que es deber de todo el pueblo de Dios estar pendiente de las necesidades que le rodean para poder encontrar mejores maneras de expresar aún mejor la Palabra de Dios. El texto del Instrumentum laboris del Sínodo de la Nueva Evangelización para la Transmisión de la Fe hace suyas estas palabras, y nosotros hoy por igual. Nuestra fe no puede ser transmitida si no la hemos hecho nuestra primero. Pudiéramos decir que éste es el centro del último capítulo del Instrumentum laboris; si nos quedamos esperando que sea otro quien haga el anuncio, nunca llegará el mundo a escuchar del verdadero Jesucristo.
Es necesario que asumamos una actitud apologética en la vida, puesto que la fe no es algo accesorio sino central en la vida del ser humano. ¡Atención! No he dicho que es central en la vida del creyente, sino en la vida de todo ser humano, aunque haya quienes rechacen esto. Por haber hecho de la fe algo que adorne tu vida es que te has visto envuelto en muchas situaciones que sólo te aplastan, te confunden, y te hacen sentir que lo que vienes haciendo no tiene sentido. Hay quienes, por este mismo rechazo a la fe, han perdido la razón para vivir y desconocen la causa. Por ello, repito con el Instrumentum laboris, es necesario que vivas la vida con una actitud apologética, de defensa de aquello que es tan valioso para la persona. Por igual, esta actitud no dejará frutos si la vives sólo en tu grupo reducido de fe. No. Si así haces, es mejor no hacer nada. La fe debe ser vivida a través de formas de afirmación pública. No es “ir a evangelizar” lo que necesitamos, sino “vivir la evangelización”. ¿Eres creyente en Jesucristo? Que se te note, que se perciba, que todo lo tuyo hable de la importancia de Dios y del hombre con respecto de lo histórico y lo sobrenatural.
No podemos seguir viviendo a través de devociones llenas de un “sentimentalismo estéril y transitorio” (cf. Instrumentum laboris, 145), porque de esos hay demasiados ya en la Iglesia. Demasiados grupos, comunidades, asociaciones, institutos que sólo buscan llegar a las emociones para lograr algún cambio. Jesucristo es bien claro al afirmar que no puede dar frutos buenos un árbol malo, ni viceversa, además de que “por sus frutos los reconocerán” (cf. Mt. 7, 16-20). ¿Cuáles son los frutos de una fe vivida conscientemente? Un apostolado coherente con la fe de la Iglesia, que santifica a quien la vive y a quienes la reciben. Si todavía a ti te buscan para realizar cosas malas o para hacer cosas que aplasten la dignidad humana (mentiras, bailes, robos, cantos… lo que sea), entonces no estás dando frutos. Puedes rezar doscientos rosarios diariamente, y no permites que la fe sea algo que sólo emociones, y no darás frutos.
Es necesario, muy necesario, que despertemos del autoengaño de que los sacerdotes, las consagradas y los obispos son los que tienen que hacer las cosas. Es necesario que salgamos de este individualismo y este relativismo en que nos hemos dejado envolver, donde lo que importa es tu propio bienestar, y el bien-hacer tuyo consiste en no hacerle daño al otro. Si seguimos así, terminaremos negando a Jesucristo de manera cada vez más clara. Diría el siervo de Dios papa Pablo VI: “El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o, si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio” (Evangelii nuntiandi, 41). Tienes que encontrarte con Dios de manera personal para poder ser testigo ante la comunidad. Si no te atreves a hablar de Jesucristo, si no te atreves a ser bueno ante tus compañeros de trabajo o de estudio, si te limitas aún por la vergüenza, por el qué-dirán, así mismo será Jesucristo contigo: “Al que me reconozca abiertamente ante los hombres, yo lo reconoceré ante mi Padre que está en el Cielo. Pero yo renegaré ante mi Padre que está en el cielo de aquel que reniegue de mí ante los hombres” (Mt. 10, 32-33). No es infundiéndote temor; es mostrándote la Verdad.