Buen día, hermanos y hermanas que buscan de Dios. Que este día, aún en medio de todas las dificultades, sea uno lleno de Gracia de Dios en nuestras vidas, y que, aprendiendo a ver y a escuchar como nuestro Señor Jesucristo desea, podamos ser testigos de Su inmenso Amor que hace que todos busquemos ser especiales en este mundo.
Hace unos días se me acerca un hermano y empieza a cuestionarme sobre mi fe. Ese hermano, también católico, cree en lo que creo yo, pero él me dice no haber tenido nunca ese famoso “encuentro” personal con Jesucristo. No es de sorprender que haya muchos creyentes así, porque muchísimas veces ese es el testimonio que damos los que decimos creer y decimos haber tenido un encuentro con el Señor. Soy cristiano gracias a la renovación carismática de la Iglesia Católica, y no me imagino tratar de conocer a Jesucristo de otra manera que no sea ésa, pero no puedo pretender que sólo de esta manera es que existe el conocimiento de Jesucristo. Durante unas semanas quiero que reflexionemos juntos sobre lo que hacemos nosotros que hace que los demás quieran despreciar este estilo de vida de fe.

Lo primero que me llega a la mente es el problema de la formación. Solemos ver con mucha frecuencia que la relación con su fe que llevan muchas de nuestras comunidades y muchos de nuestros grupos de oración es similar a la que llevan muchos sectarios fundamentalistas: sólo la fe, sólo la Biblia, sólo Jesucristo. Nuestras comunidades se dejan guiar por este tipo de pensamientos: “Hay que darle espacio al Espíritu Santo para que se mueva como guste aunque eso signifique tomar más tiempo”, “Te pedimos, Jesús, que nos des todas las gracias que tienes guardadas para nosotros”, “Eso que hacemos es pecado porque la Biblia lo dice”, etc. No sabemos en lo que creemos y queremos adaptar lo que dice la Biblia o lo que dicen los santos a las maneras y situaciones en las que estamos, en lugar de nosotros tratar de adaptarnos a vivir la realidad que quiere Dios con nosotros.
¿Cómo es posible que pidamos a Jesucristo las cosas que necesitamos y nos olvidemos de Dios Padre? El mismo Jesucristo nos decía cómo debe ser nuestra actitud de ayuno, oración y limosna: siempre ante el Padre del Cielo (cf. Mt. 6, 1-18), incluyendo la oración que Él nos enseñó. Aún más, la Eucaristía, que es fuente y cima de toda vida cristiana, es donde ofrecemos a Dios la Víctima divina y nos ofrecemos a nosotros mismos (cf. Lumen gentium, 11) como la verdadera y última entrega que agrada a Dios. ¿Por qué, entonces, ver a Jesucristo como si fuera la única persona de la Trinidad, si es el Padre quien provee y lleva a feliz término? Por igual, me pregunto, ¿cómo vamos a justificar nuestra fe sólo con la Biblia, si la Biblia misma nace en el seno de la Iglesia? La Iglesia fue instituida por Jesucristo, y la Biblia, por la Iglesia. La fe y la moral cristiana están cimentadas en la fe de la Iglesia, que es corroborada por Dios a través de Su Palabra. Dios no está por debajo de la Iglesia, pero sí, por el poder que le ha conferido a ella a través de Jesucristo, Él acata lo que ella dice (cf. Mt. 16, 18-19; Lc. 10, 16; Jn. 20, 21-23). Es que Dios y la Iglesia son una sola cosa. Jesucristo es la cabeza y el cuerpo es la Iglesia (cf. Ef. 1, 22-23; 4, 11-15; 5, 23; Col. 1, 18). ¿Por qué olvidarnos de lo que dicen los Padres de la Iglesia, o los Papas, o nuestros obispos y vivir al margen de estas cosas?
La formación es necesaria y no anula las emociones. Pero no podemos pretender que el conocimiento de la Verdad de Dios se encuentre sólo en emociones. ¿Para qué revelaría Dios tantas cosas a tantas personas a lo largo de la historia de la Iglesia? Mientras más conoces la Iglesia, más capacidad tendrás para amarla. Ningún cristiana puede decir que ama a Dios desconociendo su Iglesia, puesto que esto es contradecir al mismo Señor. Es cierto que no es la razón sola la que te lleva a encontrarte con el Señor, pero ella sí te ayuda a discernir lo bueno de lo malo, lo que va conforme a nuestra fe y lo que no. Por esta gran ignorancia que llena a nuestros grupos es que solemos ser mal ejemplo para muchos laicos, muchos sacerdotes y muchos obispos. Es tiempo de que entendamos que conocer implica amar, y saber amar implica ayudar a santificar. Es tu misión olvidarte de sólo las emociones, sólo los toques, sólo los momentos, y empezar a vivir una fe consciente, coherente, razonada. Dios te creó con capacidad mental, ¿cómo va a anularte eso?