Buen día, hermanos y hermanas amadas en el Señor Jesucristo. Pidamos juntos a Dios misericordioso y luz indefectible de todas las almas que nos muestre la luz de Su Verdad con la Luz de Su Amor para que, siendo todos los días más capaces de Él, seamos ejemplo para todos los que nos rodean, de manera especial a los pequeños en la fe.
Continuando con nuestra línea de reflexión sobre ciertas cosas que no deben suceder entre nosotros los carismáticos quiero que nos enfoquemos ahora en el tema de los dones, o, mejor, de los carismas. De manera especial quiero que reflexionemos sobre tres carismas específicos: las palabras de conocimiento (también llamado don de sabiduría), la oración en lenguas (conocida más técnicamente como “glosolalia”) y la profecía. Justo estos tres son mal utilizados y hasta abusados por nosotros. Sí, existen esos carismas y son parte de la fe de la Iglesia, pero son tan pobremente administrados por los que los reciben que logran despistar y desincentivar a los que menos conocen su fe. De todo lo que reflexionaremos hoy podemos ver su explicación desde las letras de san Pablo en los capítulos 12, 13 y 14 de la primera carta a los corintios. Recomiendo que los leamos para entender mejor lo que reflexionamos.
Desde ya podemos aclarar que Corinto era una ciudad muy peculiar, porque tenía influencia de muchas culturas; eso se ve en las cartas que les escribe Pablo. Allá también hubo problemas con personas que, convirtiéndose al cristianismo desde el paganismo –pasando a creer en un Jesucristo real de haber creído en cualquier cosa que ocasionara emociones y “toques”–, querían hacer de Jesucristo una caricatura. Uno de esos problemas fue el aspirar a orar en lenguas, es decir, orar a Dios en un lenguaje ininteligible para el ser humano, como algo fundamental en las oraciones comunitarias. En ese sentido, Pablo aclara diciendo que de por sí no está mal, pero no sirve de nada ni a uno mismo ni a la comunidad, puesto que nadie comprende eso más que Dios… ¿y Dios no quiere que todos le conozcan? Orar en lenguas y pedir a la asamblea que ore en lenguas, si no edifica a la comunidad, es haber hecho absolutamente nada; yo diría aún más, es llevar a los demás a caer en el error de creer que tienen ese don. “Si se habla en lengua, que hablen dos, o a lo más, tres, y por turno; y que haya un intérprete. Si no hay quien interprete, guárdese silencio en la asamblea; hable cada cual consigo mismo y con Dios” (1 Co. 14, 27-28).
Otra situación difícil en Corinto y que es difícil para nosotros incluso hoy son las palabras de conocimiento y las profecías. Los que han recibido el don de Dios de saber entender las verdades profundas Suyas, tienen la obligación de darlas a conocer, pero en su justa medida. La revelación de Dios al pueblo de Israel fue progresiva, tanto para no ahuyentarlo como para que no malinterpretaran todo y creyeran lo que les viniera en gana. Por igual debe ser esto de dar a conocer lo que Dios concede conocer: debe hacerse siempre con prudencia y tomando en cuenta que lo importante es la persona y no el mensaje, por lo que Dios confía en tu amor fraterno para que ambos salgan edificados de lo que Él acaba de revelar. Un profeta de Dios no dice lo que nos deparará el futuro, sino que anuncia lo bueno que se está realizando y denuncia lo malo. El conocimiento del futuro lo tiene Dios reservado para sí, no para que cualquiera haga lo que quiera con eso. Por si no te has dado cuenta aún, Dios es muy cuidadoso con Sus Palabras, y todas tienen un amén profundo en Jesucristo. Cualquiera otra cosa que creas haber entendido de parte de Dios que se aleje de lo que creemos como Iglesia, no procede de Dios.
Por definición, un carisma es un don de Dios que se pone al servicio de la comunidad, es decir, que lleva a la caridad. Si se tiene un don y no se pone al servicio de los demás, ¿para qué se tiene el don? No es don, y si lo fue, se te ha quitado ya. Algunos creen que poner en práctica esos carismas quiere sólo decir que Dios lo da y el otro que se aguante. ¡Jamás! Dios se engrandece cuando el ser humano es respetado. Dios no es un animador que se encarga de que sus hijos hagan trucos baratos para entretener al mundo, sino que es un Padre amoroso y respetuoso que nos ha concedido a todos la dignidad de ser hijos Suyos y, por lo tanto, es nuestro deber, incluso en nuestras acciones litúrgicas y paralitúrgicas, proteger y promover dicha dignidad. Si ninguno de los hermanos saca provecho de lo que haces, ¿para qué lo haces? Profundiza más en tu fe y verás que hay cosas que haces que no son de Dios, y “el que no está conmigo está contra mí, y el que no recoge conmigo desparrama” (Lc. 11, 23).