Buen día, hermanos y hermanas. Que Dios, que hace de todos Sus hijos verdaderos adoradores suyos en espíritu y en verdad, nos enseñe a amar esta filiación, y, por el Amor que tiene por Su Hijo Jesucristo, nos cambie nuestras maneras de pensar y de actuar, para que todo sea siempre para mayor gloria Suya y beneficio de todos nuestros hermanos.
Hoy concluimos nuestra serie de reflexiones sobre los hermanos que creen que son parte de la Renovación Carismática Católica, cuando en realidad se han dejado llevar por movimientos interiores que no necesariamente son del Espíritu de Dios. Hemos visto ya cómo, en muchas ocasiones, podemos nosotros dejarnos llevar por cosas meramente emocionales y nos olvidamos de que nuestra fe tiene una razón de ser, una manera razonada por la que ha llegado a ser. Hemos reflexionado sobre cómo una fe integral implica las emociones, implica las mociones internas nuestras, pero esto no quiere decir que haya que olvidarse de lo que hemos profesado, sencillamente aludiendo a “el Espíritu Santo me la ha mostrado así”. Tomando base del Evangelio que corresponde a este día sobre quiénes son la verdadera madre y los verdaderos hermanos de Jesucristo (cf. Lc. 8, 19-21), quiero que reflexionemos en la manera en la que nos distanciamos o nos acercamos a Él si andamos por nuestra vida haciendo caso omiso de las correcciones y confundiendo estas cosas.
Hace unas dos semanas tuve la gracia de encontrarme en una situación de prueba, y la persona que expuso todo eso nos decía a todos los presentes (esta es una cita muy libre de lo expresado) “yo vengo movido por el Espíritu Santo y enviado por Dios y si me da la gana de corregir de esta manera es porque yo soy así”. No quiero que hagas juicios particulares sobre esta persona, sino que quiero que veas eso como una muestra de muchas cosas que suceden en muchas ocasiones de manera similar contigo mismo. Bien sabes que muchas veces sueles decir cosas así, ese tedioso “yo soy así”, esa falacia que te cuentas como si fuera signo de autoridad o de dominio sobre el otro -o, peor, sobre tu misma persona-. ¿Qué ganas con eso? Yo te daré la respuesta: absolutamente, nada. Más bien, has perdido respeto por ti mismo, has contradicho tu fe, has aplastado la dignidad del otro y has dejado de hacer la voluntad de Dios. Así, llevándonos del Evangelio, no has sabido aplicar el Amor en tus obras.
Cuando son sólo este tipo de cosas -recordando la importancia de la palabra “sólo” en la frase, debido a las malinterpretaciones que ha recibido esta serie de reflexiones- las que hacen que sientas que tu oración está bien o mal, entonces andas mal. Cuando profesas una fe, por ejemplo a través del credo en una Eucaristía, y tu oración comunitaria dista de eso que profesas, no andas bien. Un verdadero hermano de Jesucristo, un verdadero hijo de Dios, uno que de verdad se deja mover por el Espíritu Santo no contradice jamás los dos mil años de enseñanza de la Iglesia, porque estaría afirmando con ese acto que esos dos mil años son relativizables y, por lo tanto, lo que Dios ha dicho en eso es relativo. Y si tu Dios es relativo, definitivamente no es el Dios de Jesucristo. Lo mismo sucede con aquellos que dicen estar a favor de la vida y se “especializan” en el cuidado de los enfermos de espíritu, pero no son capaces de condolerse con uno de los suyos, de su casa, que ha caído enfermo. Este tipo de personas lo único que logra es heridas en el Cuerpo de Cristo. ¡Oh, Cristo! ¡Cuánto falta para lograr la Unidad que pides al Padre! Pero no es que entremos ahora a quejarnos y a olvidarnos de nuestras labores. Ahora lo que debes hacer es anunciar lo bueno y denunciar lo malo, es usar los medios que Dios te ha dado para hacer lo correcto desde el Amor, y corregir a quienes deben ser corregidos, sin importar las condiciones sociales, económicas o espirituales. El Amor no tiene preferencias, porque todos son los preferidos del que ama.
Nuestra fe es coherente porque es una revelación de Dios. No hay contradicciones, sino personas que se contradicen… y lo hacen porque no conocen su fe. Una fe real es aquella que llevó a san Andrés Kim y sus otros 102 compañeros santos a entregar sus vidas en Corea. La fe en Jesucristo es la que hemos vivido como cristianos desde siempre, y debe ser orientada debidamente por el Magisterio de la Iglesia sin cerrarse a la acción del Espíritu Santo. Por lo tanto, abrirse a la acción del Espíritu busca crear más vínculos de unidad, más vínculos de ayuda mutua, más vínculos de referencia a tu parroquia y, así, a la Iglesia Universal. Como diría san Agustín: “Una fe sobre la cual no se reflexiona deja de ser fe”. Por Amor a Dios y a los hermanos, por favor, no permitamos que deje de ser fe. Algo así rezaba el lema de la Jornada Mundial de la Juventud de este año. Apliquémoslo.