¡Jesucristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado! Dios Padre Todopoderoso y Eterno nos mire con Amor y siga mostrándonos el camino de la Cruz de nuestro Señor como la única vía de crecimiento humano, para que, por la intercesión de todos los santos, en especial la de santa Liduvina, podamos dar a conocer con firmeza el misterio del Amor Suyo para con cada uno de nosotros, y así el mundo vuelva su rostro hacia Su Creador.
Hoy llegamos al último día de las reflexiones de la Octava de Pascua. Este año hemos querido reflexionar con el “Exultet” o pregón pascual, y nos hemos dado cuenta de que hay cosas que nos pasan por alto en la liturgia, y cuánto más en la hermosa liturgia de Pascua que hemos celebrado en la noche del Sábado Santo y se ha prolongado hasta hoy. Una de esas hermosas cosas que hemos aprendido es que el Cirio que permanece encendido durante cincuenta días es imagen de Jesucristo Resucitado y, por lo tanto, es imagen de cada uno de nosotros que ha resucitado con Él. Y por ello el pregón es enfático en pedir constantemente a Dios bendiciones para que la Luz permanezca encendida en nosotros como ha permanecido en Jesucristo. La última estrofa de este himno pascual hace este giro súbito de haber reconocido al Cirio como signo de Cristo y ahora reconocerlo como signo de la humanidad levantada.
“Te rogamos, Señor, que este cirio, consagrado a Tu Nombre, arda sin apagarse para destruir la oscuridad de esta noche, y, como ofrenda agradable, se asocie a las lumbreras del Cielo”, cantamos con el pregón. Ya vemos que pedimos que la luz que emana el cirio se asocie a las lumbreras del Cielo, ¿pero cuáles lumbreras? Los ángeles y los santos que gozan de la Gloria eterna en Dios. La Iglesia ha querido reconocer en las lumbreras del Cielo signos que nos hablen de la majestad de Dios. Por ejemplo, el Sol es Dios mismo que se encarga de disipar las tinieblas de manera definitiva (cf. Lc. 1, 78-79); la luna es la Iglesia, que refleja la luz del sol, pero no siempre de la misma manera y nunca de manera perfecta; las estrellas representan a los ángeles y a los santos, que acompañan a la luna a iluminar la noche y desaparecen ante la presencia del sol en el cielo; y la estrella matinal, que representa la humanidad de Jesucristo, que siempre puede verse acompañando al sol en los amaneceres y los ocasos, pero nunca conocerá las tinieblas, como Cristo no conoció el pecado.
Así, nuestras luces que encendimos a partir del Cirio, son luces del mismo Cirio. Por lo tanto, cuando pedimos a Dios que, consagrados a Su Nombre, es decir, que bautizados en Él, nos asocie a las lumbreras del Cielo, lo que pedimos es que nos enseñe el camino de la santidad y podamos gozar de esa hermosa Luz del Señor en la Gloria celestial. “Que el lucero matinal lo encuentre ardiendo, ese lucero que no conoce ocaso y es Cristo, tu Hijo resucitado”, esto es que a la Venida definitiva del Señor para juzgar a vivos y muertos seamos encontrados cual vírgenes prudentes (cf. Mt. 25, 1-13), quienes no se dejaron arropar por la oscuridad de la noche y permanecieron iluminadas para poder ver al Novio y para que el Novio pudiera verlas a ellas. ¿Cuántos de nosotros pensamos de esta manera? ¿Cuántos cristianos se vuelven faros para guiar, cirios para iluminar, punto de referencia para los que quieren ser buenos en la verdad?
Concluye el pregón diciendo que Jesucristo, “al salir del sepulcro, brilla sereno para el linaje humano, y vive y reina glorioso por los siglos de los siglos”. Él no ha resucitado para nadie más que para ti. No ha resucitado ni para las plantas, ni para los animales, ni para los objetos, porque nada de esto es Imagen de Dios ni ha tenido libre albedrío, entonces nunca han pecado contra Dios, aunque sí han perdido el disfrute pleno de para lo que han sido creados. Por ello dice san Pablo que la creación entera gime y sufre dolores de parto (cf. Rom. 8, 22) esperando ansiosamente la revelación de los hijos de Dios (v. 19), es decir, la manifestación de nosotros como hijos del Padre, como hermanos resucitados del Resucitado, como santos en el Espíritu y, por lo tanto, como una sola comunidad, una sola Iglesia a la que hemos sido llamados desde la eternidad. Así viviremos y reinaremos con Él por los siglos de los siglos, y todo tendrá su razón de ser.
Sé luz. Sé vida. Sé Amor. Sé testigo de Dios en Jesucristo Resucitado. Y no te amedrentes por los males que proporciona el mundo, sino que recuerda que mientras seas luz las tinieblas no se acercan a ti, que cuando esté apagado tu cirio, en la comunidad siempre hay cirios encendidos que no permitirán que las tinieblas se acerquen a tu vida. Sé un verdadero apóstol del Señor y vive adecuadamente su Pascua en tu vida, y enseña con tu testimonio a los demás a vivirla también. ¡Cristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!