Pidamos juntos a Dios que nos conceda el discernimiento y la valentía de elegir siempre la doctrina verdadera que Jesucristo, nuestro Señor, dejó a los apóstoles, para que, por la intercesión de san Roberto Belarmino, podamos ser multiplicadores de la misma en el Amor y la verdadera Paz.
Este Año de la Fe verdaderamente ha sido un signo de contradicción en la Iglesia y en el mundo. Muchos hemos visto cómo, aunque sigan juntos, se distingue el trigo de la cizaña. Hay quienes predican un amor ajeno al Amor de Dios, es decir, uno que no corrige, uno que acepta hasta las contradicciones de la persona; hay quienes predican una salvación de momentos, de situaciones, de emociones. Es más, la semana pasada hasta llegué a leer que, aunque hayas ido a misa, pasar por la capilla del Santísimo Sacramento resolvía muchas situaciones de tu vida.

¿En cuáles pies estamos parados? ¿En los míos personales o en los de la Iglesia? Hay un decreto del Concilio Vaticano II que nos habla de la actividad misionera de la Iglesia, y se titula Ad Gentes (AG). Hace 48 años que este decreto fue aprobado por los padres conciliares y firmado por el papa. Es cierto que habla de la razón de ser de la misión de la Iglesia (nn. 2-9), de la obra misionera en sí misma y sus fines (nn. 10-18), de la creación de nuevas iglesias particulares y el papel de los misioneros (nn. 19-27) y cómo estos últimos se ordenan y cooperan entre sí (nn. 28-42). Sin embargo, muchos de nosotros preferimos ver en todo esto la forma y no el fondo, es decir, preferimos fijarnos en cómo decimos las cosas y no lo que decimos.
El número 41 del decreto dice que los laicos, ara cumplir todos los cometidos de la misión, deben recibir preparación técnica y espiritual, “para que su vida sea testimonio de Cristo entre los no cristianos”. ¿Y qué hizo nuestro Señor? Defendió a la persona humana, la promocionó, la elevó por encima de las normas que ella misma ha venido construyéndose, pero no dejó de enfrentar a los que se empecinaban en sólo cumplir las leyes. ¿Acaso muchos de nosotros no ponemos normas de falta a la caridad cuando preferimos no enfrentar a los hermanos que creen que el Evangelio es fácil de vivir?
El futuro misionero ha de prepararse con una formación característica espiritual y moral para un empeño tan elevado” (AG 25) y “dispónganse ya desde el principio su formación doctrinal de suerte que abarque la universalidad de la Iglesia y la diversidad de los pueblos” (26). Sin embargo, preferimos tener hermanos de comunidad que se formen en la benevolencia, y no, además, en la beneficencia. Tener buena intención en algo no asegura el buen actuar, y mucho menos si no ha habido una formación previa.
¿Qué es lo que pide el mundo? ¿Hacia dónde es que están dirigidas las preguntas del mundo? El mundo niega a Dios, porque los que creemos en Dios no le demostramos Su Existencia. Dios existe, Dios es, Dios está, Dios camina con nosotros… ¿cómo lo sabemos? Porque nosotros somos los testigos de esta realidad, porque somos testimonio de eso. La palabra “testigo” proviene del latín “martyr”, que procede del griego “μαρτυρος”, que es aquel que defendía la Verdad hasta tal punto que era capaz de entregar su vida; “No amaron tanto su vida que temieran la muerte” (Ap. 12, 11).
Es la exigencia misma de la catolicidad de la Iglesia que hace que ella sea un testigo de salvación, y, más que eso, un sacramento universal de Salvación, es decir, una marca indeleble y fuente de Salvación para todo el mundo. ¿Estás formando parte de Ella? ¿O eres de los que te aíslas y no celebras, por ejemplo, la Exaltación de la Santa Cruz el pasado 14 de septiembre porque estabas en un retiro, o en una convivencia, o porque entiendes que eres idólatra y no compartes ese punto de vista con la Iglesia?
La actividad misionera de la Iglesia se verá completa cuando tú decidas dar respuesta desde la Fe a las interrogantes morales del mundo y a las dudas científicas de las personas. Cuando empieces a creer que la plenitud del conocimiento de la Verdad reside en Jesucristo, y no relativices el Evangelio, empezarás a ser parte de este Sacramento admirable de Salvación que es la Iglesia, gracias a los méritos de Jesucristo, nuestro Señor.