Que Dios sea nuestro principio y nuestra meta. Dios, que siempre ves en el ser humano lo que has creado por Amor y desprecias el pecado en él, te pedimos que, por los méritos de Tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, y por la intercesión de santa Águeda, sigas renovando en nosotros el deseo de encontrarnos con la Verdad. Que este día sea uno pleno de bendiciones.
Temas espinosos siempre ha habido en la fe, sobre todo en el ámbito de la moral y, me atrevo a decir, en el de la bioética. Sin embargo, no hay un tema más ignorado y, por lo tanto, más controversial entre los laicos que el de la Sagrada Liturgia. La Constitución Dogmática Sacrosanctum Concilium es el tercer documento del Concilio Vaticano II con el que reflexionaremos, que cumplirá cincuenta años de ser firmado en diciembre, y que pocos han profundizado en él.

La Liturgia “contribuye en sumo grado a que los fieles expresen en su vida, y manifiesten a los demás, el misterio de Cristo y la naturaleza auténtica de la verdadera Iglesia” (SC 2). Así, la Liturgia es escuela de robustecimiento para predicar a Cristo. Ella no es una camisa de fuerza o un mero observar normas, sino que es educación misma, pedagogía, formación en su sentido pleno sobre la vida de Cristo y la acción de Dios en la Iglesia. Por ello, las revisiones que se hicieron a la Liturgia con este documento no fueron ni sustituciones de la anterior ni ruptura con la historia, sino que fueron actualizaciones cargadas de su propio significado.
Jesucristo es una Persona, un acontecimiento. Él salva, pero lo hace por Su Pascua, es decir, por Su Pasión, Muerte y Resurrección. Él es quien ha enviado a los apóstoles a guardar lo que les había enseñado y a enseñarlo a los demás (cf. Mt. 28, 20), y así hicieron éstos junto con otros varones santos. Por ello vemos que san Pablo transmite algo que ya había recibido, que es la narración de la Última Cena, texto que está en la Liturgia Eucarística (cf. 1 Co. 11, 23-26). Es así que la Liturgia es presencia de Cristo en la Iglesia (así como lo prometió en Mt. 18, 20) y es la aplicación de Su sacerdocio. “Toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia” (SC 7). Aclarándolo para los que suelen menospreciar esto: nada hay similar a la Liturgia en cuanto a título y en cuanto a grado.
La Liturgia que celebramos en la tierra no es sino participación de la del Cielo (cf. SC 8), pero, para entender esto y poder vivir, se hace necesario tener fe y haberse convertido. Si volteamos esta ecuación, ¿puedo concluir que quien no entiende y vive esto no tiene verdadera fe y suficiente conversión? No quiero que nos metamos en juicios particulares, pero entristece mucho ver muchos hermanos muy usados por el Señor que van sacándose espiritualmente porque ponen la vida litúrgica como un accesorio ocasional de retiros o de actividades puntuales. Dicen los padres conciliares que “la Liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza” (SC 10). Si en la liturgia no te encuentras con Jesucristo, pues no estás viviendo el espíritu de la Liturgia.
La liturgia no consiste en cumplir requisitos, ni en hacer acto de presencia para que el cura no se ofenda. De la liturgia no se sale, sino que se vive. Es más, no es sentarse y ponerse de pies, ni es responder o no responder. Es necesario que todos “participen en ella consciente, activa y fructuosamente” (SC 11). Pero, para ello se hace necesaria la formación concomitante. Esto último no suele suceder porque hemos centrado nuestra vida de fe en acciones pastorales o en lo que el Concilio llama “ejercicios piadosos” (devociones, rezos, peregrinaciones, asambleas de oración, etc.). Los ejercicios piadosos deben derivar de la Liturgia y conducir a la Liturgia. No puede haber un divorcio entre lo que haces personal o comunitariamente que no es Liturgia y la Liturgia. Tan pronto haya acciones tuyas o de tu grupo que te alejan de la vida litúrgica, detente, reflexiona y rediseña.
 La Liturgia enriquece la vida personal, porque ella es riqueza. La Liturgia profundiza la vida comunitaria, porque ella es Misterio de Cristo en acción. La Liturgia fortalece la fe y la esperanza, porque ella es pregustación del Cielo… Un verdadero seguidor de Cristo comprende que del Cuerpo de Cristo sale fuerza capaz de sanar a todos los hombres (cf. Mc. 5, 30), y este Cuerpo, que es la Iglesia, tiene su funcionamiento interno. La Liturgia es la fisiología del Cuerpo de Cristo.