Buen día, hermano y hermana que lees con fidelidad estas reflexiones. Pidamos juntos a Dios nos mire con Amor a aquellos que tratamos de purificar nuestro espíritu en esta Cuaresma, y que, por la intercesión de san Bonifacio de Lausana, haga que esta sobriedad que procuramos alimente el deseo de poseerlo a Él y ayudar a nuestros hermanos.
Retomando las reflexiones con el Concilio Vaticano II en este Año de la Fe, pasamos a reflexionar sobre la necesidad de promover la educación litúrgica y la participación activa. No es para ninguno un misterio que nuestra participación en la Liturgia es muy acomodada y solemos llenarla de adornos y explosiones; diría el cardenal Joseph Ratzinger: “Muchos han pensado y dicho que la Liturgia debe ser hecha por toda la comunidad para que sea verdaderamente suya. Es ésta una visión que ha llevado a medir el resultado de la liturgia en términos de eficacia espectacular, de entretenimiento. De este modo se ha diluido lo propio de la liturgia: no proviene de lo que nosotros hacemos, sino del hecho de que aquí acontece Algo que todos nosotros juntos somos incapaces de hacer” (Informe sobre la fe. BAC popular, Madrid, 1985, p. 139). Entonces, ¿cómo hacemos que nuestra celebración de la Fe sea la fuente de donde mana todo?
Primero, el concilio nos dice que la participación en la Liturgia es un derecho y una obligación de todos los bautizados (cf. SC 14). Ella es “la fuente primaria y necesaria de donde han de beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano, y por lo mismo, los pastores de almas deben aspirar a ella con diligencia en toda su actuación pastoral, por medio de una educación adecuada” (op. cit.). Hay que educar en la Liturgia y hay que educarse en la Liturgia.
Segundo, para educar y educarse, hay que iniciar por los seminarios de formación teológica y sacerdotal: los profesores de Liturgia no pueden ser hombres sólo con la buena voluntad de enseñar, sino que sean conscientes de todo el misterio que engloba la Liturgia (cf. SC 15). Ella debe ser conocida en varios aspectos: teológico, histórico, espiritual, pastoral y jurídico (cf. SC 16). Sin embargo, es muy común ver sacerdotes que se parcializan sólo por uno de esos aspectos, y no suele ser ni lo histórico, ni lo espiritual ni lo jurídico. Por ello es que se hace necesario que la Liturgia se muestre como necesaria en la unidad de la formación sacerdotal, y esto es así tanto para aquellos que están en formación (cf. 17) como para los que ya están sirviendo en el ministerio (cf. SC 18).
Tercero, los laicos deben recibir esa formación en el espíritu de la Liturgia. Ya, para un creyente que es capaz de leer y entender estas reflexiones, no es excusa no saber o conocer y amar la Liturgia porque “mi párroco no me enseña” o porque “en mi parroquia siempre se ha hecho así” o “la comunidad es muy espiritual”. Ni la Liturgia es ajena a la espiritualidad, ni la espiritualidad está por encima de la Liturgia. La Liturgia es, en sí misma, la espiritualidad de la Iglesia Católica. La Liturgia es el espíritu acorde con el Misterio de nuestra Fe de toda la Iglesia. No puede ella verse, por lo tanto, corrompida por comodidades, ni tratada sin discreción ni decoro (cf. SC 20). Es necesario fomentar la educación litúrgica y la participación activa de los fieles, para que todos vivamos adecuadamente la Fe (cf. SC 19).
Es interesante lo que dice el mismo Ratzinger en Informe sobre la fe: “La liturgia no es un show, no es un espectáculo que necesite directores geniales y actores de talento. La liturgia no vive de sorpresas “simpáticas”, de ocurrencias ‘cautivadoras’, sino de repeticiones solemnes. No debe expresar la actualidad, el momento efímero, sino el misterio de lo Sagrado” (op. cit.). Cuando entendamos que la espiritualidad, que la vida cristiana, que la oración y que todas las devociones son adornos de la Fe profesada y celebrada en la Liturgia, empezaremos a comprender y a amar la Liturgia. Cuando el Cuerpo de Cristo celebra el ser Cuerpo de Cristo, a esto llamamos Liturgia.