Buen día, hermanos. Pidamos a Dios que nos conceda la gracia de conocer cada día más de Su Amor, para que, por la intercesión de san Isidoro de Sevilla y san Néstor de Magido, sepamos darlo con la Pureza y la Fuerza con la que se nos fue dado. Que siempre sepamos amar cada día más nuestra fe, y no olvidemos nunca orar por nuestro sumo pontífice.
“¿Qué debo hacer y qué no? ¿Qué puedo hacer? ¿Por qué no hacemos, mejor, tal o cual cosa?”, preguntas de esta índole suelen ser las que nosotros preguntamos sobre la Liturgia. Parece ser que es mucho más fácil preguntar que leer, parece ser que es mucho más fácil flotar que nadar. El acápite III del capítulo I de la constitución dogmática Sacrosanctum Concilium del Concilio Vaticano II trata sobre la Reforma de la Liturgia. Hoy reflexionamos sobre los aspectos generales de la Liturgia.
Como la celebración de la Liturgia —recordemos que la Liturgia no es sólo la eucarística; todos los sacramentos y los sacramentales son Liturgia junto con el oficio divino— debe ser plena, activa y comunitaria (cf. SC 21), hay que cuidar muchas cosas. En una Iglesia extendida por el mundo, hay cosas que deben ser inmutables para salvaguardar el tesoro de la fe íntegramente y, a la vez, permitir expresiones propias de cada grupo o cultura. Por ello, nadie, excepto la Santa Sede o la conferencia de obispos de la región o el obispo de la diócesis, puede agregar, quitar o cambiar algo en la Liturgia (cf. SC 22). Cuando creemos que la Liturgia se ve más atractiva con tal o cual agregado o eliminación, estamos desobedeciendo esta norma establecida por los obispos del mundo y estamos alejándonos de nuestra comunión con la Iglesia.
Antes de cambiar algo, debe haber una “concienzuda investigación teológica, histórica y pastoral”. Si tú eres un laico con estudios teológicos y especialización litúrgica y que has sido reconocido como tal por tu obispo o tu conferencia de obispos, y has decidido dedicarte a la investigación teológica, histórica y pastoral de la Liturgia en tu lugar de apostolado, pues puedes proponer cambios a tu obispo. Si no, la obediencia a lo establecido es tu mejor ayuda. Como la mayoría preferimos preguntar en lugar de leer, y preferimos salir a flote en cuestiones densas de liturgia en lugar de prepararnos para los momentos celebrativos, no podemos ni debemos andar sugiriendo cosas en la ignorancia.
Un ejemplo de la ignorancia: ¿no te has preguntado por qué, si la Biblia es tan importante como te inculcan en tu comunidad, las celebraciones litúrgicas no usan una Biblia, sino un leccionario? Porque nunca la Iglesia ha afirmado la importancia extrema de la Biblia, sino de la Sagrada Escritura. Una cosa y la otra son distintas. Los leccionarios deben contener textos de traducciones aprobadas, y no usar cualquier traducción con la que andemos. La Sagrada Escritura tiene una importancia fundamental en la Liturgia (cf. SC 24). Pero, sabemos tan poco de todo esto, que preferimos sugerir dramatizaciones del Evangelio en lugar de la proclamación del mismo. Como no nos hemos encargado de educar en la fe a nuestro pueblo, preferimos descender nosotros a un nivel de irrespeto de la celebración del Cuerpo de Cristo. Esto es muy preocupante.
¿A qué es que nos dedicamos en nuestra fe? La fe que nuestro Señor Jesucristo nos ha enseñado y que la pedagogía del Espíritu Santo nos ha explicado es el Amor del Padre por nosotros. Este Amor divino debe ser conocido, celebrado, vivido y debe tener una respuesta. Si no conoces tu fe, ¿cómo vas a celebrarla? Si no celebras adecuadamente tu fe, ¿cómo vas a vivirla? Si no vives tu fe, ¿cómo vas a orar a Dios como Él quiere que lo hagamos? ¡Con razón es que siempre hay un flujo inconstante de hermanos en nuestros grupos y comunidades! ¡Con razón es que solemos proponer cambios a estructuras eclesiales que tienen razones de ser desde hace siglos! Proyectamos nuestra ignorancia en cuestiones de fe, y queremos afirmar que es la Iglesia la arcaica, la atrasada, la dinosáurica.
Hay cosas inmutables en la fe, y por ello debe haber cosas inmutables en la celebración de la fe. Este tesoro debemos protegerlo y no destruirlo. Toma la Sacrosanctum Concilium en este Año de la Fe y úsala como lo que es: una constitución dogmática, el sentir incuestionable de la Iglesia, que sólo puede traer vida, porque fue el Espíritu Santo que la inspiró, porque es el Espíritu Santo de Dios, el Espíritu de la Sabiduría, quien guía y guiará siempre a la Iglesia.