Que Dios, rico en Bondad y en Paciencia, nos conceda conocer los misterios de Su Amor y nos haga siervos humildes ante esto que nos revela, para que, por la intercesión de san Josafat, sepamos defender con fervor la Fe que Él pone en nosotros y seamos motivo de Esperanza para todo el mundo.
Hemos reflexionado a lo largo del Año de la Fe con cuatro Constituciones, nueve Decretos y tres Declaraciones del Concilio Vaticano II, que fue convocado hace 51 años y que expresa el sentir de toda la Iglesia de hoy. Sólo nos quedan siete mensajes que los padres conciliares les han regalado a la humanidad. Estos mensajes parecen haber sido escritos la semana pasada, ya que su vigencia es notable. Reflexionemos juntos con ellos y transmitámoslos a nuestras familias una vez hayan entrado en nuestros corazones.

El primer mensaje es a los gobernantes de los pueblos. Debemos respetarlos y amarlos, y debemos hacerles entender que están ahí por voluntad de Dios. Reconozcan nuestros gobernantes que sólo Dios es grande, y que Él es el fundamento de todas nuestras leyes. No podemos hacer leyes que excluyan a Dios, porque Él es la Ley absoluta, el Amor. Como Jesucristo es el hijo del hombre, negarlo es un suicidio. Esto es lo que vemos hoy, pero no permitamos que suceda.
Luego, a los intelectuales y científicos siguen los mensajes. Sigan, hombres y mujeres que aman la ciencia, buscando la Verdad. Es un deber y una responsabilidad de ustedes que todos conozcamos la Verdad. No sigan creyendo esa mentira de que la fe y la ciencia se oponen. Al contrario, déjense iluminar por la luz de la fe, porque ella puede ayudar a encontrar la verdad por las ciencias.
A los artistas dirigen los obispos el tercer mensaje. El mundo tiene necesidad de belleza, porque es la belleza la que mantiene la esperanza en medio de tantos odios e incongruencias. Son ustedes, artistas, los guardianes de la belleza del mundo; no se la dejen robar. Sean dignos del ideal de belleza, y trabajen, no para enmascarar el odio, sino para transformar el mal en bondad.
Hermosas mujeres de toda clase, a ustedes habla el Concilio ahora. Ustedes son las que están en los momentos más importantes de toda la humanidad, y ustedes nos enseñan a todos a amar. Encárguense de reconciliar a todos los hombres y mujeres con la vida que ustedes mismas transmiten, eduquen a sus hijos en el amor. Ayuden a fomentar principios y valores, porque ustedes, que son las primeras transmisoras del verdadero Amor, son las encargadas de que el Amor se mantenga en el mundo.
A continuación se dirigen a los hombres y mujeres que trabajan. Ustedes son muy amados por la Iglesia, ya que ustedes tienen la fuerza de transformar el mundo en sus manos y labios. Usen la fe en todo su quehacer, y sean testimonio de transformación personal y social. Que el mundo vea que el cambio para bien es posible y es beneficioso y conveniente.
Los pobres y enfermos tienen también un mensaje de parte de la Iglesia. Tengan ánimo, porque pueden salvar al mundo si asocian su sufrimiento al de Cristo. Les damos las gracias a ustedes quienes ya están haciéndolo, porque nos convierten, porque nos educan, porque nos hacen querer ser mejores y nos muestran la esperanza que necesitamos para trabajar por ustedes. Gracias por asociarse a nuestro Señor.
Por último, los jóvenes son los receptores del mensaje de los padres conciliares. Por ustedes es que ocurrió el Concilio, para que tengan siempre una Iglesia reflejo de un Cristo joven. No cedan a esas filosofías egoístas y centradas en el placer. No cedan ante la desesperanza o la negación de Dios. Ensanchen sus corazones para que, amando a los demás, los demás quieran amar.
Que quienes han dado sus vidas para que la Iglesia sea fermento en este mundo intercedan por nosotros y nos enseñen, con el testimonio de sus vidas, que siempre es posible ser verdaderos hijos de Dios.