Buen día, hermanos y hermanas en Jesucristo, Señor nuestro. Que la Indivisible Trinidad de Dios Omnipotente sea testimonio para nuestras vidas, para comprender la importancia de la verdadera vida en comunión de los unos con los otros. Por ello, pedimos a ese mismo Dios que nos permita conocer la Verdad de caminar hacia Él, para que avancemos juntos en el Amor y la Paz que llevan a la glorificación Suya en cada uno de Sus hijos.
Navegando en la red ayer me encontré con unos videos que ha publicado la Sociedad Americana para la Defensa de la Tradición, la Familia y la Propiedad (TFP, por sus siglas en inglés), sobre el maltrato que reciben estos jóvenes estudiantes por parte de los grupos “pro-tolerancia” a la igualdad de género cuando están haciendo campañas a favor del matrimonio tradicional, i.e., un hombre con una mujer. Lo que sorprende de todo esto es que reciben maltrato físico, verbal y moral por parte de activistas homosexuales y por parte de homosexuales mismos. Estos dos últimos grupos alegan que esa sociedad está dañando la libertad que debe existir entre los géneros, y que son mentalidades retrógradas y en contra de los mismos seres humanos. ¿Hasta qué punto hemos llegado? Me comentaba una compañera de la maestría de Bioética la semana pasada que, en una aplicación que recibió de una actividad en Jamaica, en la sección de “sexo”, tenía tres opciones: masculino, femenino y transgénero.
La llamada ideología de género nació en Norteamérica hacia la década de 1970 y fue encontrando apoyo en Europa a través de dos grandes movimientos: el feminismo y el pensamiento homosexual. Una de los principales instrumentos de esta ideología es diferenciar entre “género” y “sexo” y, con ello, decir que el sexo es fijo, pero que le género es un producto de la cultura. Afirman que la mujer se comporta como mujer porque la sociedad la somete a este rol, y el hombre por igual. Por ello, una liberación de estos sojuzgamientos viene a ser los movimientos “tolerantes” ante la opción sexual o la orientación sexual de hombres y mujeres. Además, incluyen en sus agendas los temas a favor de la libre elección de la mujer con respecto del embarazo y la libre elección de la con respecto de su vida. La libertad viene siendo manipulada hasta el punto en el que ya no sabemos lo que es la libertad en sí misma.
La Sagrada Escritura deja bien claro que los actos homosexuales son depravaciones (cf. Gn. 19, 1–29; Rom. 1, 24–27; 1 Co. 6, 10; 1 Tm. 1, 10) y, apoyándose en esto, el magisterio de la Iglesia los denomina como “intrínsecamente desordenados”. La Declaración Persona Humana de la Congregación para la Doctrina de la Fe, de 1975, hace la distinción entre los homosexuales que tienen esas tendencias por instinto innato y aquellos que han aprendido a serlo por causa “de educación falsa, de falta de normal evolución sexual, de hábito contraído, de malos ejemplos y de otras causas análogas” (PH, 8). Este segundo tipo de homosexuales suelen ser los que se justifican ante el mundo de, citando a una joven que me escribió por internet, “escoger libremente con quien te quieres acostar”. Justo en ese concepto es que están todos los errores de las mentalidades “pro-choice”, “pro-libertad”, “pro-homosexualidad”: tener relaciones sexuales no es como ir a la nevera a tomar un vaso de agua.
Las relaciones sexuales alcanzan un máximo de placer en las personas, y sucede que lo normal es que ese máximo de placer coincida con una serie de eventos en los genitales masculinos y femeninos que propician la procreación. La procreación no es un acto que, de casualidad, se da entre un hombre y una mujer, sino que es facilitado por los genitales, el cerebro, las hormonas y las neuronas. Cuando se quiere desvincular la sexualidad de toda la economía del ser humano y se lleva sólo a asuntos genitales, se convierte en mera genitalidad y no sexualidad. Si Dios (o el ser supremo, o el azar, como dirán muchos) hubiera tenido como intención sólo que el ser humano sintiera placer, ¿para qué eyacula el hombre y ovula la mujer?
Diría san Agustín, con respecto de dar lo santo a los perros y las perlas a los cerdos, que amar a los enemigos y a quienes te persiguen no es permitirles hacer lo que quieran, sino que tan malo es ocultar lo verdadero como publicar lo falso y lo malo. Hay cristianos que apoyan todas estas cosas y ni siquiera saben lo que están apoyando. Hay muchos que lo que necesitan es leer, estudiar y conocer las realidades del cuerpo humano para que entiendan que este tipo de actividad de libertad de género sólo conlleva consecuencias funestas, porque es un egoísmo colectivo que busca saciar placeres individuales, y, como todo egoísmo, lleva a la ruina humana personal y social. Los cristianos debemos escuchar la voz de Dios y, sin ser fundamentalistas o extremistas, defender con Amor las posturas que la Iglesia ha defendido desde que Jesucristo la instituyó.