Bendícenos, Señor, con tu mirada amorosa, para que podamos cumplir tu santa Voluntad, y, por la intercesión de nuestra Señora del Rosario, seamos coherentes en palabras y obras.
Desde hace muchos siglos ha habido una devoción muy grande por la Virgen Santísima Madre de Dios. No hubo ni que esperar a que ella se fuera de esta tierra para que eso empezara. Por ejemplo, podemos ver que san Juan le tenía tan grandísimo amor que la acoge como Madre en su casa, y vemos que también san Lucas tiene una admiración tan grande hacia ella que escribe hermosuras de tan grande mujer, y así llega hasta nuestros días tan grande amor. Pero, ¿y de dónde tantas cosas?
Dos grandes signos hay de la devoción a la Santísima Virgen maría: el escapulario y el rosario. El santo escapulario es una devoción iniciada por los carmelitas en Tierra Santa, y, según cuenta la leyenda, fue dada la ropa de la Virgen María a san Simón Stock para que, usándola y viviendo conforme a lo que ella representa, pudieran obtener favores grandiosos de Ella y de Dios. Sin embargo, el santo rosario es una devoción mucho más antigua. No de la misma manera como lo entendemos hoy, pero podemos rastrear sus inicios hacia el siglo IX, cuando a los cristianos que no eran ni monjes ni clérigos se les enseñó a rezar 150 avemarías en lugar de los 150 salmos de la Liturgia de las Horas.
Sabemos que fue la orden de predicadores (los dominicos), con santo Domingo de Guzmán a la cabeza, quienes lo desarrollaron y propagaron su devoción hacia el siglo XIII como una manera para combatir la herejía albigense que estaba surgiendo. Quisieron los cristianos, entonces, darle un jardín o una corona de rosas (de ahí la palabra rosarium en latín) a la Virgen de las vírgenes. ¿De dónde sale esto? Sabemos que las rosas son conocidas como las reinas de las flores desde hace miles de años, y en la cultura greco-romana eran utilizadas como símbolo de belleza, de fecundidad, de pureza. Las vírgenes de la época adornaban sus cabelleras con coronas de rosas (rosarium); y las cristianas que iban a ser martirizadas se adornaban por igual porque iban al encuentro de su Amado Esposo Jesucristo.
Pero la rosa no guarda su significado sólo en eso; en las letanías de Loreto rezamos que María es “Rosa mística”. Es más, Ella misma se ha aparecido en varias ocasiones y se ha presentado como la Rosa Mística. Sin irnos a la veracidad o no de las apariciones, manteniéndonos en el concepto, ¿qué quiere decir aquello de “rosa mística”? La rosa mística es la rosa representada por el arte como una flor de cuatro o cinco pétalos, haciendo referencia a la Rosa de Sarón (cf. Cant. 2, 1), o también como una rosa que engendraba otras rosas (esto todavía se usa hasta en la tapicería). La rosa mística habla de la participación mística de la Virgen Madre en la Santísima Trinidad.
El rosario no es, pues, sólo las cuentas o la camándula como le llaman algunos, sino que es el rezo como tal de las avemarías con los padrenuestros y glorias intercalados como se debe. Cuando los cristianos le hacemos un rosarium a la Madre de Dios, entonces, estamos diciendo de Ella que es Reina, ya que se le pone a la reina de las flores para decorar su cabeza; que es Virgen, ya que representa la pureza y la belleza (pulchrum et bonum); y que es Madre, ya que místicamente engendra otras rosas para Dios. No es poca cosa hacer este rosarium, sino que implica mucho más de lo que podemos imaginar. Y por todo ello es que deberíamos rezarlo.
Un consejo útil para este mes de octubre y para el resto de nuestros días: en lugar de rezar el santo rosario de manera mecánica y en lugar de llenarlo de montones de oraciones y jaculatorias luego del Gloria después de cada 10 avemarías, recemos cada avemaría con la devoción y el amor con los que se entrega una rosa roja a una persona amada. Si cada avemaría la ofreces como rosa preciosa para la Señora Reina, Virgen y Madre, estarás viviendo de verdad la intención del Santo Rosario y alcanzarás todas las gracias que la misma Madre de Dios ha prometido para los que lo recen. Que octubre no pase por el calendario sin que cambies tu rezo; que María no pase por tu vida sin que cambies tu amor por Dios.