¡Jesucristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado! Que esta Resurrección sea verdadera en nosotros como lo ha sido en nuestro Señor Jesucristo, y que, por la intercesión de todos los santos, en especial la de san Lorenzo de Irlanda, podamos dar testimonio al mundo del nuevo cambio que ocurre en nuestras vidas por el Amor que Dios nos tiene.
Este año, hermanos, vamos a reflexionar un poco durante esta octava de Pascua, sobre el texto del “Exultet”, mejor conocido como el pregón pascual. Este texto, de finales del siglo IV de nuestra era, recoge, de manera catequética, los momentos en los que pudimos ver en la historia de la Salvación la acción de Dios de una manera clara, pero además explica el significado de la gran fiesta de la Luz, que es la Eucaristía, que es el Bautismo, que es el mismo Jesucristo. Este texto, cantado por los diáconos desde hace diecisiete siglos, nos demuestra la actitud que debemos tener ante la resurrección del nuestro Señor: un gozo que se anuncia.

Las primeras tres estrofas nos refieren esta actitud necesaria a través de los verbos con los que empiezan: “exultar”, “gozar” y “alegrarse”. Estos tres verbos denotan las maneras en las que el Amor de Dios se manifiesta. Quienes exultan (del latín “exsultare”, que quiere decir “saltar”) son los coros de los ángeles en todas sus jerarquías, es decir, esta creación perfecta posee una alegría tan profunda, tan inaguantable, que salta por ello. Quien goza (del latín “gaudere”, que hace referencia a la alegría del que está poseído de Dios) es la tierra, es decir, lo que Dios ha creado perfecto pero perecedero se llena del mismo Dios y tiene razón de ser. Quien se alegra (del latín “laetare”, que, más que sólo alegría, significa “portar alegría”) es la madre Iglesia, es decir, la Iglesia, voluntad de la Santísima Trinidad para ser imagen Suya en la tierra, es la que porta la alegría de Dios en este mundo. Todo lo que existe refleja a Dios por la victoria del Rey Poderoso Jesucristo, victoria que disipa las tinieblas y reviste de luz brillante todo lo que ha salvado.
Estas tres estrofas deberían ponernos a reflexionar con sinceridad si ha valido el sacrificio de Cuaresma para poder ser cada vez más auténticamente felices. Estas tres estrofas, que nos cuentan cómo Dios ha buscado la manera de que todo lo que existe funciones adecuadamente, en el Amor, deben ser fuente de reflexión para reconocer si el Sacrificio Eterno de nuestro Señor ha valido para algo en nuestras vidas. Si no hay alegría hoy, si volver a tus labores semanales pesa igual, si los problemas económicos o familiares siguen dominando tus sentimientos, entonces no hay alegría del Resucitado en ti. No es que las dificultades desaparecen, pero Dios sí te hace exultar, y, me arriesgo a decir, saltar sobre sobre ellas por la alegría que nos da la Resurrección de la Vida. La alegría se manifiesta en las acciones, las emociones, las palabras, los gestos… La alegría auténtica, la que procede de Dios, no se calla ni se apaga frente a nada, y nunca va en detrimento de la dignidad de los hijos de Dios, sino, al contrario, que exalta la condición de ser imagen y semejanza de ese Dios que es Amor.
La Iglesia toda, desde hace siglos, debe vivir la alegría de los que saltan fuera de sus problemas, de los que se muestran distintos porque Dios los ha cambiado, de los que son motivo de alegría para otros porque llevan la alegría en sus vidas. Sin embargo, en ocasiones, se nos olvida que todos los bautizados somos Iglesia y que, si la Iglesia no se ve radiante de la luz con la que ha sido revestida por Jesucristo, es porque los bautizados no vivimos la fiesta de la luz a la que fuimos invitados y en la que vivimos justamente por ser bautizados. ¿Muchas caras largas y muchas palabras obscenas tendremos que escuchar entre los católicos en esta semana, en estos cincuenta días, en lo que queda del año, sólo porque el santo Triduo no nos permeó del espíritu que ha llenado a la Iglesia desde hace veintiún siglos? ¿Y así me alegro de haber resucitado, si no doy motivos de luz para este mundo cubierto en tinieblas?
La alegría que procede de un resucitado es una alegría que se anuncia. No puede quedarse callado el cristiano que ha conocido verdaderamente al Señor Resucitado. No puede el mundo hoy estar igual de automatizado y discriminatorio como hasta hace unos días, porque el mundo completo, los ángeles y los santos, la creación completa y la Iglesia peregrina están de fiesta porque “muerto el que es la Vida, triunfante se levanta” (secuencia de Pascua). La vida es motivo de alegría, pero la Vida es motivo de exultación, de gozo y de alegría profunda. No dejemos de apropiarnos del misterio de nuestra fe. No permitamos que, por no hacer de nuestra esperanza algo vivo y propio, muchos no quieran conocer a Jesucristo. Si quieres ser un héroe y empezar a cambiar el mundo, empieza a mostrar la alegría del que resucita con autenticidad. Si Jesucristo Resucitado trae la alegría al mundo, déjate alegrar por Él y que tu gozo se muestre.