“Cristo ora por nosotros, como sacerdote nuestro; ora en nosotros como cabeza nuestra;
recibe nuestra oración, como nuestro Dios. Reconozco nuestra propia voz en él y su propia voz en nosotros.
Cuando hablamos con Dios en la oración, el Hijo está unido a nosotros

(LDH Tomo III, Del Oficio de Lectura, II Domingo TO, Comentario de S. Agustín al Sal 85).

 

La vida pública de nuestro Señor continúa su recorrido a lo largo de este tiempo ordinario; en esta ocasión se presenta ante una Sinagoga que, lejos de reconocerle como el Señor, o aquel de quien tantos pasajes de la escritura hacían referencia, parecen quedar enmudecidos ante la afirmación de Jesús: “Hoy se ha cumplido esta escritura que acabáis de oír”, sin embargo Jesús no busca el reconocimiento de la muchedumbre, Jesús hace su obra y realiza todo lo que el Padre le ha encomendado, y esto lo hace sin buscar el reconocimiento de los de su tiempo, Jesús busca hacer la voluntad del Padre y se empeña en dar a conocer a aquel que ha sido el motor de la Creación, el mismo que debe ser reconocido como auténtico principio y fin en nuestras acciones que de común realizamos, en sí, debemos de bajarnos nosotros mismos para permitir a Dios ser Dios.

Sin embargo, ¿cuántas veces sobreponemos nuestro ego en las acciones ordinarias? Todo se nos ha dado para el servicio de los demás, como miembros de un mismo cuerpo, cada uno hace cuanto le corresponde hacer y así, el cuerpo se va perfeccionando en el vínculo de la unidad con Cristo y el Padre. Es momento de cuestionarnos también, ¿Realmente Dios actúa en mí y a través de mi?, o ¿Utilizo a Dios para sobreponer mi ego por encima de mis propias limitaciones? ¿Realmente dejamos que Dios haga su obra en nosotros o ya presentamos un esquema o protocolo que pretendemos Dios siga para cumplir nuestros caprichos y a veces justificar nuestras mismas acciones pecaminosas?

La vida cristiana hermanos exige de nosotros dar razón de la fe que profesamos, en estos días hemos escuchado el sentir de la Iglesia joven en la Jornada Mundial de la Juventud y en medio de toda la alegría juvenil descubrimos con mucha facilidad una sed sorprendente de Dios, un carisma particular por la búsqueda de la santidad y sin duda, una amplísima donación de la vida juvenil en la labor de la Iglesia que sólo puede ser fruto de la acción del Divino Espíritu en medio de un mundo secularizado y que se esfuerza sin resultado, en crear una vida y un mundo sin Dios.

Que Santa María la Antigua, Patrona del pueblo de Dios que peregrina en Panamá y de quien el mundo católico ha sabido en estos días de fiesta en Panamá, nos asista a todos siempre y gocemos de su intercesión, de modo que, con esfuerzo y perseverancia configuremos más plenamente nuestra vida a la vida de Jesús.

Ex Corde Matris,

REX CARD. IESUS

“Cooperatores Veritatis”.