“[…] a la Iglesia de Dios Padre y del amado Jesucristo […], la que ha alcanzado toda clase de dones
por la Misericordia de Dios, la que está colmada de fe y de caridad y a la cual no falta gracia alguna,
la que es amadísima de Dios y portadora de santidad: mi más cordial saludo […] en la palabra de Dios”
(LDH Tomo III, Del Oficio de Lectura, IV Domingo TO, De la carta de San Ignacio de Antioquía – Obispo -, a los Esmirniotas)

 

El profetismo es la figura de referencia en la liturgia de este Domingo; la vocación de Jeremías en el texto que se nos presenta en la primera lectura, donde el escritor Sagrado da fe que cuánto el profeta dice no es de su pensamiento humano, sino que por el contrario es un mensaje divino; ya en el Nuevo Testamento el profetismo era considerado un carisma puesto al servicio de la comunidad y, cuanto pudo tener de imperfecto, se perfeccionó con la llegada del Señor, el perfecto Profeta; con Jesús el Cristianismo se apropia de una nueva identidad, ya no sólo anuncia al Mesías o denuncia injusticias de los poderosos, en esta nueva etapa de la historia este carisma está puesto para denunciar las acciones de los que se consideran creyentes, está destinado para la santificación de la comunidad, su fin es la búsqueda de mejores opciones de vida para los hermanos, está redimensionado para anunciar la última venida del Señor pero a la vez posee en sí mismo la autoridad de Nuestro Señor (que se nos es dada en el Bautismo), para poder alzar la voz en favor de aquellos que no tienen voz o de quienes los poderosos de nuestro mundo han querido silenciar con sus acciones.

Como creyentes no podemos ser sujetos pasivos ante las injusticias cometidas en contra de los demás, no podemos ni debemos llamarnos cristianos si hacemos oídos sordos ante las limitaciones de quienes nos rodean, o incluso si no somos capaces de sufrir con el otro en sus limitaciones no sólo de pan, sino de las más elementales garantías para su propia realización profesional y humana; hoy en día sobre todo en países de Latinoamérica con mucha facilidad podemos escuchar la voz de quienes sufren a causa de las malas administraciones de sus gobiernos y por el afán desmedido por el poder; debemos estar siempre del lado del que sufre, de lado de quienes se les quita injustamente el pan y las libertades.

Jesús es el gran profeta, en Él redescubrimos que nuestra labor profética no tiene fronteras, a como no existió fronteras para reconocer la necesidad de la viuda de Sarepta, de la misma manera en que no tampoco existió fronteras al sanar al leproso de siria; y con toda certeza hermano que, al querer sentir la necesidad del otro redescubriendo su propia dignidad humana, no seremos gratos ante los ojos del mundo y, sin embargo, haremos con pequeños gestos grandes acciones que nos aprovecharán para la vida eterna.

Que Santa María Virgen interceda por nuestra misión profética en un mundo secularizado.

Ex Corde Matris,

REX CARD. IESUS

“Cooperatores Veritatis”.